Siguiendo el buen consejo de una lectora del sitio web predecesor de este blog, pasé por la librería y adquirí el siguiente libro:
Ramiro Pinilla: La higuera
Rogelio, apodado "Chumbo" o "Txominbedarra", natural de Valladolid, falangista de primera hora, llega a Getxo con la retaguardia de las tropas franquistas. Forma parte de una cuadrilla de asesinos encargada de matar republicanos, o sospechosos de serlo, en una vuelta de tuerca más a las sacas diarias de las cárceles. Una actividad por lo demás muy apreciada por los poderosos de siempre, que acaban de recuperar lo suyo y quieren erradicar ciertos sueños para siempre.
Pero algo se tuerce, algo que aunque la novela desvela pronto, no voy a contar aquí, y Rogelio termina convertido en un ermitaño muy peculiar, a cuya chabola peregrinan todas las viejas de la comarca y que tiene una extraña obsesión con la higuera que da título a la obra.
La higuera, historia trágica, de crímenes y de expiación, refleja el infierno de represión y posguerra que tuvo que aguantar este pobre país, y lo hace de forma magistral, algo que no extrañará a quienes conozcan Verdes valles, colinas rojas, pero que merece la pena recalcar, pues un tema tantas veces tratado (no siempre con acierto) en nuestro cine y en nuestra literatura puede despertar cierta prevención ante el potencial lector. Ramiro Pinilla parte de un argumento aparentemente absurdo, se apoya en un lenguaje elegante pero sencillo y dominando los tiempos de la narración construye una inquietante metáfora de la historia reciente de España. Una metáfora cuya interpretación no me atrevo a plantear de forma tajante (la prudencia del torpe), pero que para mí viene a ser la vitalidad del pueblo, capaz de renacer tras catástrofes cada vez más destructivas y crueles. Otra lectura, que no contradice la anterior: para la reconciliación, además de mucho tiempo, es necesario el conocimiento de los hechos.
Tras esta incursión en solemnidades peligrosas, no quiero terminar sin señalar que "La higuera" no es una novela dura y triste, sino todo lo contrario: como buena historia absurda, es divertida, hay chascos para todos y personajes capaces de cantar las verdades ante cualquiera, como Cipriana, la mujer del traidor hecho alcalde, que no olvida sus orígenes en el barrio de los pescadores y llama las cosas por su nombre -los que matan, se llaman asesinos-. Tiene mucho mérito lo que consigue Ramiro Pinilla, escribir una novela agradable de leer, pero llena de significado.