30 de septiembre de 2009

900 años de griegos y romanos


Robin Lane Fox
The Classical World


Penguin, London, 2005.

704 páginas.


Demasiado tiempo sin leer nada de historia, y más todavía sin reseñar nada en este lugar. Animado por la entusiasta reseña de La Página Definitiva, los bajos precios en Amazon.co.uk y la debilidad de la libra esterlina, me hice con un ejemplar por una cantidad más que razonable, y comencé la lectura.

The Classical World sigue un enfoque poco novedoso, casi anticuado: centrándose casi exclusivamente en la política y en las clases gobernantes, menciona solamente de pasada los elementos que serían casi obligatorios en un tratado de historia más actual: estructura social y económica, la vida cotidiana de la mayoría de la población, las causas profundas de los grandes cambios. No creo que sea un síntoma reaccionario, sino que está dirigido a lectores que ya conocen lo básico del periodo estudiado, por lo que se puede saltar directamente a lo divertido: grandes batallas, vicios y pasiones de los poderosos, lo que fácilmente encontraríamos en los escritos de los historiadores de la época, como en las "Vidas de los doce Césares" de Suetonio. Robin Lane Fox escoge deliberadamente un enfoque narrativo, de grandes sucesos que cambian el mundo; una vez situados en este contexto, en lugar de preocuparnos por el destino de los labradores del Ática o de los esclavos de las minas de azufre, nos queda disfrutar de las orgías de Nerón o de los Juegos Olímpicos. Robin Lane Fox sabe colocarse muy bien en el punto de vista de los grandes personajes del pasado, a la hora de interpretar y analizar sus acciones y razones, lo cual no le hace perder la visión crítica: un ejemplo perfecto es el capítulo que dedica a Cicerón.

Panteón. Roma, octubre de 2007.

El ámbito descrito por The Classical World abarca unos 900 años. Comienza en el siglo VIII antes de Cristo, en la época en que típicamente se sitúa a Homero, recorre el mundo griego de las colonizaciones, los tiranos, el camino hacia la democracia que culmina en la Atenas clásica de los siglos V y IV a.C, Alejandro Magno y el mundo helenístico, y el ascenso de Roma, terminando con el reinado del emperador Adriano, el cual se empeñó en resucitar el mundo clásico, tanto el ateniense antes citado como la edad clásica de Roma, durante el reinado de Augusto. Que sea tan clara la existencia de estos dos periodos clásicos por excelencia demuestra que el mundo grecorromano no tenía nada de estático, estando en continua evolución. Por cierto, el autor nos dice en la introducción el significado original de classicus: era el soldado de primera clase, la infantería pesada que durante muchos siglos supuso el dominio romano sobre el mundo; de ahí que sigamos calificando a lo mejor como lo 'clásico', tantos siglos más tarde.

Robin Lane Fox examina cada época histórica a la luz de tres criterios: la libertad, la justicia, y el lujo, que eran los temas de estudio favoritos de los contemporáneos (las teorías de género o de lucha de clases no habían germinado del todo). Son conceptos que varían a lo largo del tiempo, lo cual hace su análisis todavía más interesante.
Además de en los protagonistas políticos, también se detiene en ciertos hombres de letras, cuya vida y escritos ilustran perfectamente la época que les tocó vivir: Sócrates, Platón, Aristóteles, Cicerón, Plinio, Salustio y Tácito.

Foro. Roma, octubre de 2007.

The Classical World resulta una lectura entretenida, aunque evidentemente no sustituye a una historia rigurosa que emplee criterios más modernos. Con un mínimo de esfuerzo lector, proporciona muchas horas de disfrute, y desde luego completa nuestros conocimientos, no sólo de aquellas civilizaciones de las que decimos descender, sino también de las maniobras políticas de hombres y estados, que no han cambiado tanto.

29 de septiembre de 2009

Utopías de hormigón armado

Oscar Niemeyer
Fundación Telefónica. Del 18 de septiembre al 22 de noviembre de 2009. Web de la exposición.

En mi casa había una enciclopedia Larousse en 20 volúmenes, útil en general pero muy avara en cuanto a láminas en color: habría menos de diez por tomo. Una cosa que nos encantaba a mi hermano y a mí era agarrar uno de esos libracos azul y ocre, abrirlo al azar y encontrar bichos raros, asesinos de masas y ese tipo de cosas que se encuentran en las enciclopedias. Evidentemente, lo primero en que reparábamos eran las escasas láminas en color, por eso recuerdo que había una dedicada a Brasilia, con enormes fotos con esos cielos azul imposible típicos de las postales viejas, imágenes de edificios que parecían sacados de la lectura "Así serán las ciudades del futuro", como la catedral o el parlamento. Formas extrañas llenas de curvas, rampas, ángulos agudísimos donde uno espera ver el cohete o el coche volador.

Poco sabía yo, en mi infancia de los 80, que eso ya estaba totalmente pasado de moda, y que Brasilia, más que el modelo a seguir, se estaba convirtiendo en una pesadilla de pobres acampando en las grandes explanadas, de ciudad fundada a golpe de decreto. Sin embargo, la belleza de los edificios continúa, algo que debemos al arquitecto Oscar Niemeyer, nacido en 1907 y todavía activo.

Experto en la utilización de arriesgadas estructuras de hormigón armado, cubiertas formadas por complejas superficies curvas, arcos parabólicos o hiperbólicos, se oponía a los excesos del racionalismo resultante de la aplicación a rajatabla de los principios del movimiento moderno y su tendencia a llenarnos todo de paralelepípedos inhumanos y, sobre todo, aburridos. Los edificios de Niemeyer son, sobre todo, bellos: sinuosos, sorprendentes, nunca monótonos.

Editorial Mondadori, Milán (1975). Mi proyecto favorito: cómo convierte un edificio de oficinas en algo original y agradable. Ya podía pasarse por donde yo trabajo...

La exposición de la Fundación Telefónica repasa los proyectos fundamentales de la carrera del arquitecto brasileño, aportando maquetas y alguna que otra foto. No es muy espectacular (las maquetas y las fotografías son pequeñas, y no había prácticamente nada más) y estoy convencido que un buen libro de arquitectura con fotografías de gran formato y reproducciones de planos puede aportar mucha más luz sobre la figura de Niemeyer; pero, siendo gratis y estando tan a mano, ¿qué perdemos con pasarnos un rato?.

Claro que una exposición no se va a poner a criticar al homenajeado, pero al ver tanta maqueta llena de rampas para coches y grandes explanadas vacías bajo un sol tropical de muerte, se me empiezan a ocurrir preguntas: ¿cómo son estos edificios en la práctica? ¿sus usuarios los disfrutan, o los temen? ¿y el mantenimiento? Cuando me acuerdo de esas banlieues construidas siguiendo las ideas de Le Corbusier, de esos barrios llenos de pasos elevados tan prácticos para que cuatro mafiosos puedan controlarlo todo, me entra cierta prevención.

Museo de arte contemporáneo de Niteroi (1996), galería de fotos. Debería estar rodeado de gente con escafandra, ¿o no?


Una nota para terminar: Río de Janeiro sería una buena ciudad para los juegos olímpicos del 2016. Mucho mejor que Madrid, en todo caso.

26 de septiembre de 2009

El Cabezo (Serranillos), cruzando la espesura.

La forma habitual de organizar una excursión a un sitio donde no se ha estado antes es documentarse, en Internet o comprando un libro, y, una vez elegida la ruta, comprar o conseguir un mapa (más fácil que nunca gracias al Sigpac), repasar los detalles descritos en el libro y, si se dispone de un GPS, definir unos cuantos waypoints por si acaso. Precauciones siempre útiles, como se verá.

El libro elegido hoy fue "Senderos de Gredos", de Carlos Delgado, Ramón Muñoz y Pilar Sañudo, publicado por la editorial Desnivel el año 2005. Elegimos la ruta 7, que ya sobre el papel no parecía muy fácil, llevamos a cabo los preparativos adicionales, y carretera.

La ruta parte de Serranillos, pueblo situado en la ladera norte del macizo oriental de la Sierra de Gredos, y famoso en toda la provincia de Ávila por sus aceitunas. Se asciende cómodamente por un camino hasta el puerto del Lagarejo, para entonces girar al E y ascender hasta el Cabezo, una subida para ponernos un poco a prueba. Luego, se sigue por la cuerda unos cuantos kilómetros hasta llegar al pico "Cabeza Santa", una parte incómoda porque no hay camino y los piornos y las escobas lo llenan todo. Pero no habíamos visto nada. El descenso, el libro lo ventila con un "Al lado de esta cima hay una valla de piedra que nos guía, al norte, en pronunciado descenso, por una áspera cuerda lateral". La realidad es una cerca de piedra rodeada de un breñal bien espeso por el que hay que abrirse camino como sea, pasando de la cota 2050 a la 1650, echando en falta no un machete, sino una motosierra. Salimos por donde pudimos, luchando primero contra la maleza y luego saltando decenas de cercas, hasta encontrar un camino. No quiero ni pensar cómo habría llegado de no llevar unos pantalones largos en la mochila.

Mis felicitaciones a los autores. Una sugerencia: en lugar de "Senderos de Gredos", que lo llamen "Campo a través por Gredos", mucho más cerca de la realidad.

Datos medidos con el GPS:
  • Distancia recorrida: 17,5 km
  • Tiempo en movimiento: 5h 42'
  • Tiempo parados: 2h 26'

Ruta circular, gran belleza paisajística... y un último tercio bastante desagradable.
Eso sí, las vistas, impresionantes.



Además de los 17 km, el perfil muestra bastante bien la dureza de la excursión: unos 1080 m. de desnivel acumulado.

23 de septiembre de 2009

Serra de Bérnia

Una excursión preciosa, corta (menos de 9 km), fácil (unos 250 m de desnivel) pero con unas vistas alucinantes. Seguimos el PR-7 (descargar aquí la versión oficial) pero empezando desde el norte, desde un caserío al que se llega desde el pueblo de Xaló, nos evitamos la larga y empinada cuesta que tendríamos si saliésemos desde Altea.

Como casi todo por estas tierras, se empieza subiendo una ladera cada vez más empinada hasta que nos encontramos con el paredón de caliza que corona la Serra de Bérnia. Un túnel (llamado el "Forat") nos salva el día permitiéndonos pasar al lado Sur, aunque sea a ratos en cuclillas y hasta de rodillas. No llegó a hacer falta reptar por el barro. Una vez al otro lado, asomamos a una vista impresionante de la Marina Baja, que se abre hacia la costa, Altea y esa especie de Sin City que es Benidorm, pudiendo verse la línea de costa hasta Alicante capital. Al otro lado, la Sierra de Aitana y el Puig Campana.

Un rato de paseo cuidadoso por la ladera sur, hasta llegar al Fort, una construcción militar de tiempos de Felipe II, cuando había que controlar a los moriscos y lugar ideal para comer el bocadillo entre sus ruinas. Y de ahí al punto de partida, un rato de paseo, comprobando cómo vuelve a cambiar la vegetación al cambiar de vertiente.

Datos medidos con el GPS:
  • Distancia recorrida: 8,8 km
  • Tiempo en movimiento: 2h 32'
  • Tiempo parados: 1h 50'


Nuestro recorrido, superpuesto al siempre útil mapa topográfico 1:25.000 del Sigpac. Evidentemente, mi GPS perdió la señal al cruzar el Forat.


El perfil, cómodo salvo esa subidita del principio, tan buena para entrar en calor y que parezca que estamos haciendo algo.


Foto de satélite (cortesía de Google Earth, siempre tan amable) del Fort. Imposible imaginarse la forma de estrella cuando se está entre sus ruinas.

Serra de Serrella (Facheca-Pla de la Casa)

El increíblemente intrincado relieve del norte de la provincia de Alicante da para muchas excursiones, bien señalizadas y documentadas en el amplio catálogo de rutas de pequeño recorrido que edita la comunidad autónoma. En este caso, seguimos el PRV-182, cuya descripción se puede descargar aquí.

Partiendo del pueblo de Facheca (Fageca en castellano, sabe Dios por qué), se asciende a las mayores alturas de la Serra de Serrella, escarpada como sólo lo puede ser el relieve calcáreo. En lo alto, el Pla de la Casa con un enorme pozo de nieve, al que le falta el tejado. Hasta ahora sólo había visto el que hicieron para abastecer El Escorial, pero éste no se queda atrás.
La bajada se hace dura, al ir constantemente por cornisas y pedreras. Pero es un camino entretenido y no se hace largo, con unas vistas alucinantes sobre todo para los que estamos más acostumbrados a las redondeces del granito.

La vegetación de la zona, bastante fiera. Parece como si me hubiera peleado con un gato.

Datos medidos con el GPS:
  • Distancia recorrida: 10,3 km
  • Tiempo en movimiento: 3h 34'
  • Tiempo parados: 2h 34'

Recorrido circular, cruzando dos veces el espinazo de la sierra, que permite contemplar el paisaje desde todos los ángulos posibles.


Perfil algo cansado pero no excesivo, unos 600 m de desnivel concentrados en el primer tercio de la ruta. En el resto, a mirar dónde se pisa.

12 de septiembre de 2009

Contemplando la llegada del otoño desde Peñalara

El pico de Peñalara, la cima más alta de la sierra de Guadarrama (2428 m.) es de lo más accesible, situado a un corto paseo del puerto de Cotos. El paseo de hoy, un clásico, arranca ascendiendo la hilera de cumbres -Dos Hermanas, Peñalara, y los riscos de Los Pájaros y Los Claveles- para luego regresar recorriendo el circo de origen glaciar y el rosario de lagunas que recogen el agua del macizo. La ruta concentra el esfuerzo en el primer tramo, para luego convertirse en agradable paseo entre lagunas y praderas, a un lado el paredón que hemos ascendido antes y al otro unas vistas de toda la provincia de Madrid.

Eso si no se pone a llover, claro. Si el aguacero se hubiese esperado a una hora normal (a partir de las cuatro de la tarde, como manda la tradición tormentosa), el paseo habría durado una o dos horas más. Pero, tras este verano infernal, el olor de la tierra mojada es una recompensa.

Datos medidos con el GPS:
  • Distancia recorrida: 13,6 km
  • Tiempo en movimiento: 3h 53'
  • Tiempo parados: 1h 16'
La popular ruta. Primero el tramo más al E, por las cumbres, para hacer la vuelta por el circo.


Perfil sencillo, y no demasiado exigente (600 m), basta con tomarse con calma la subida inicial

7 de septiembre de 2009

Tecnologías trastornantes

Clayton M. Christensen
The Innovator's Dilemma


Harvard Business School Press
Boston, 1997
179 páginas.


No suelo leer libros de gestión empresarial, menos aún los que se convierten en bestsellers, como ese del queso o ese otro de la inteligencia emocional. Tampoco me dejo tentar con los gurús del easy reading, estilo Malcolm Gladwell o Chris largacola Anderson. Esa fórmula de repetir una idea simple todas las veces que hagan falta para llenar trescientas o cuatrocientas páginas, justificándola a base de anécdotas o de estadísticas cuidadosamente cocinadas aburre y muchas veces el argumento no es menos fantasioso que las aventuras de los hobbits. Pero cuando alguien me recomienda una obra con un par de buenas razones, tiendo a hacerle caso. Incluso alguna vez llegué a reseñar un libro de gestión de proyectos software, el notable Peopleware de Tom deMarco. Viendo además que no son ni 200 páginas, la decisión estaba clara.

El primer problema que surge al tratar de comentar este libro es cómo traducir la palabra disruptive, adjetivo que si no sale mil veces, no sale ninguna. Si el sustantivo disruption es una interrupción, un trastorno, el adjetivo que toca es 'trastornante': no suena muy bien, pero no vamos a ponernos estupendos colocando 'revolucionario' al hablar de empresitas; las revoluciones son otra cosa. Claro que dado que nuestra querida Real Academia reconoce el palabro "disruptivo" (que produce ruptura brusca), el problema queda resuelto.

La tesis principal del libro es que, cuando llega una tecnología realmente disruptiva, las compañías bien gestionadas (de las otras ni hablamos) no responden adecuadamente a la amenaza, de modo que, pasados unos años, si no desaparecen por completo son desplazadas de los primeros puestos de su sector por otras, aupadas por la nueva tecnología. Lo ilustra con un completo ejemplo de la evolución de una industria bien conocida, la de los discos duros, cómo los saltos tecnológicos solían ir acompañados de una recolocación de las compañías de más éxito: cada pocos años, al pasar de 14 pulgadas a 8'', y de éstas a 5,25'' y luego a 3,5'', la lista de fabricantes por volumen de ventas cambiaba casi por completo. Todo esto bien respaldado por cifras y gráficos, el hombre hizo un estudio en condiciones (compárese con el "todo es gratis" de cierto iluminado).

Como ilustración, una maquinita. Noviembre de 2008.

Otro capítulo lo dedica a un sector más tranquilo: las excavadoras, cómo las grandes máquinas movidas por cables y poleas acabaron arrinconadas por una tecnología que al principio sólo servía para hacer pequeñas palas que se acoplaban a los tractores agrícolas, la hidráulica. Tras estos ejemplos hace el primer diagnóstico: las compañías que fallaron no lo hicieron por estar mal gestionadas ni por ser técnicamente incapaces (frecuentemente producían prototipos de las nuevas tecnologías). Pero es precisamente las características que las hacen ser bien gestionadas las que las llevan al fracaso: tienen buenos procesos de análisis de mercado, escuchan a sus clientes, por lo que automáticamente asignan recursos donde están los beneficios. Y, como en una tragedia griega, no se dan cuenta de lo que se les viene encima hasta que es demasiado tarde.

Es difícil identificar una tecnología 'disruptiva' antes de que haya puesto todo patas arriba. Christensen las contrapone a tecnologías 'mantenedoras', que frecuentemente requieren mucha más inversión. Las tecnologías mantenedoras mejoran el producto, pero no producen una alteración sustancial del mercado. Por ejemplo, las cabezas de lectura/escritura magnetorresistivas sustituyeron a las tradicionales de ferrita tras verdaderas proezas técnicas, consiguiendo una mejora enorme en las densidades de almacenamiento, pero no cambió nada en la competencia entre empresas, porque todas estaban al tanto e hicieron las inversiones necesarias.

En cambio, las tecnologías disruptivas tienen características comunes: suelen construir productos más sencillos y baratos, que no pueden competir contra los de empresas establecidas en prestaciones o calidad, pero gracias a su menor precio crean un mercado que a la larga les permite atacar a las anteriores. El ejemplo en los discos duros fue algo tan tonto como la reducción de tamaño: arquitecturas más sencillas, discos peores en cuanto eran más lentos y tenían menor capacidad, pero su menor precio por unidad les hizo atractivos para otro tipo de clientes -por ejemplo, los fabricantes de ordenadores personales frente a los de miniordenadores-. La evolución del mercado hizo el resto.

Christensen analiza el fenómeno de una forma muy estructurada: cómo la tendencia natural es a mejorar el producto y a tender a posiciones de mayor precio y calidad, lo que deja hueco a versiones más simples; los procesos, y sobre todo la cultura de una empresa hace prácticamente imposible un cambio radical de rumbo. La característica más deseada de un producto evoluciona siguiendo algo parecido a un ciclo de vida: primero es la funcionalidad, luego pasa a ser la fiabilidad, más adelante pasan a importar la conveniencia y facilidad de uso, y finalmente, cuando todos son lo bastante buenos, acaba por considerarse únicamente el precio. Si los fabricantes se empeñan en seguir mejorando el producto, lo único que conseguirán es salirse del mercado, pues estarán ofreciendo algo que aquél no demanda.

En la segunda parte del libro, Christensen aplica las conclusiones del análisis anterior a la gestión empresarial: cómo reconocer una tecnología disruptiva, cómo organizar la empresa para sacar provecho -dependiendo de ciertas condiciones de partida, recomienda varios enfoques distintos-, cómo tienen que cambiar los métodos de gestión cuando se trata de una innovación de este tipo. Plantea unos dilemas cuyo enunciado es prácticamente la conclusión del libro, y una serie de recomendaciones para tratar de ser el cazador y no la presa.

'The Innovator's Dilemma' no es una lectura fácil, ni probablemente pretenda serlo, pues se trata de un libro de texto, aunque el interés de las conclusiones y la buena elección de los ejemplos hacen que no cueste demasiado esfuerzo de motivación llegar hasta el final. Sin ser un tratado de física, la exposición de premisas y argumentos sigue un curso bastante riguroso, sin grandes saltos que nos hagan recurrir a la fe en lugar de a la razón. No ofrece recetas milagrosas, pero sí permite añadir un par de herramientas de análisis más a las que estamos acostumbrados. Sin olvidar las condiciones de contexto: estamos en el mundo de las empresas decentes, nada de jefes cantamañanas ni simplemente criminales.

Otro motivo por el que puedo decir sin reservas que este libro me ha gustado es que se corresponde muy bien con mi experiencia, ya son diez años trabajando en un sector donde los ciclos tecnológicos son muy cortos y este tipo de fenómenos se ven cada poco tiempo. Las recomendaciones de la parte final muestran claramente quiénes son los destinatarios del libro: ejecutivos, consejeros áulicos, marcadores de estrategias, casi siempre en el ámbito de grandes corporaciones. Aunque estoy un poco lejos de todo eso, nunca está de más levantar un poco la vista del surco y tratar de ver adónde vamos.

Evil cat

Al caer la tarde de un día de verano, las tejas del cobertizo del patio guardan el calor durante un par de horas. El gato se tiende, clava en mí sus ojos verdes,
y me vigila.




Mal día, seguro

Desde lo más alto

6 de septiembre de 2009

Regreso a la Cuerda Larga: Cabezas de Hierro

En este verano cruel, la única forma sensata de subir a la sierra parece ser al amparo de la noche. Un año después de esta gran paliza, aprovechando la luna llena de septiembre y con distintos compañeros, vuelvo a la Cuerda Larga. Tras medio año peleando con lesiones de rodilla, era de prudencia elemental reducir la ruta: en lugar de recorrer la línea de cumbres completa, llegar a las Cabezas de Hierro desde el puerto de Navacerrada y volver parecía suficiente, aunque son 16 kilómetros de subir y bajar montañas. Acaba resultando cansado, aunque por suerte se olvida uno del madrugón y del día previo de trabajo.


Datos medidos con el GPS:
  • Distancia recorrida: 16 km
  • Tiempo en movimiento: 4h 30'
  • Tiempo parados: 1h 45'

Mapa de la ruta. Como se puede comprobar (pincha en la imagen para ampliarla), durante la vuelta se aplicaron varias "optimizaciones" al recorrido.


Perfil durillo, sin dar tregua entre subidas agotadoras y bajadas que destrozan las rodillas, y un desnivel acumulado de casi 1000 metros (940 según mis sumas y mis restas).

La Cuerda Larga es un camino ideal para hacer de noche: bien iluminada al no haber una sola sombra, fácil de seguir -si pierdes el sendero, simplemente camina hasta la siguiente cumbre- y contemplando todo el tiempo el mapa luminoso de la comarca, llegando hasta Madrid capital, con el cuadrado especialmente luminoso de la cárcel de Soto del Real brillando más que nada. No me sorprendió cruzarnos con docenas de paseantes; por suerte, el porcentaje de gañanes voceras se mantuvo en un nivel tolerable.

Conviene salir justo al caer la tarde, y así contemplar visiones como esta.
La foto es de José Carlos, su página en flickr.