29 de noviembre de 2014

Tradición y modernidad... hasta el límite

Jared Diamond
The world until yesterday: What can we learn from traditional societies?
El mundo hasta ayer: ¿Qué podemos aprender de las sociedades tradicionales?

Viking, New York, 2012
512 páginas

Jared Diamond llegó a mi conocimiento a través de "Cañones, gérmenes y acero", un libro que me entusiasmó, un buen ejemplo de obra de divulgación, muy entretenida y que ataca un tema para mí muy interesante: ¿por qué unas sociedades avanzaron mucho más rápidamente que otras?. Luego leí "Colapso", que puede considerarse una continuación, sobre cómo algunas sociedades son capaces de autodestruirse, normalmente cargándose a conciencia el medio ambiente que les sustenta. En ambos, el autor aprovecha de forma indirecta su experiencia como ornitólogo en las selvas de Nueva Guinea, en donde conoció de primera mano el paso de algunas culturas cazadoras-recolectoras a la "civilización".

En El mundo hasta ayer, se dedica por completo a comparar una serie de aspectos de la vida en las sociedades 'primitivas' con la de los habitantes de los países industrializados, eso que los anglosajones llaman "occidentales". Además de su experiencia personal, muy centrada en Nueva Guinea (probablemente el mejor sitio dado su aislamiento hasta hace muy poco y su extraordinaria riqueza de culturas, tribus, pueblos y naciones), usa como ejemplos una serie de pueblos que hasta hace muy poco habían estado a salvo de influencias externas, en el Amazonas, desierto del Kalahari, Alaska, Bolivia...

El libro comienza muy bien, describiendo cómo es la forma en que las sociedades "tradicionales" (léase cazadoras-recolectoras o que practican una agricultura/ganadería arcaica, lo que en tiempos menos políticamente correctos llamaban "los primitivos") tratan a los extraños: se los cargan. Por tanto, a nadie se le ocurre irse por ahí de viaje más allá de la tribu de al lado, donde hay un par de mozas su pueblo allí casadas. De ahí pasa a cómo se las arreglan para comerciar en esas condiciones, y luego a la resolución de conflictos: la justicia tradicional, ocupada sobre todo en reparar las relaciones para que pueda seguir la vida en el poblado, frente a la nuestra, ocupada más que nada en encontrar culpables y castigarlos.

 Como no tengo fotos de Nueva Guinea, pongo esta de California.
Sam McDonald County Park, marzo 2014

Los ciclos interminables de ofensa y venganza entre poblados, y la elevada proporción de muertes violentas que hay en las sociedades "tradicionales", ocupan un par de capítulos también muy absorbentes. Luego pasa a exponer costumbres más de la vida cotidiana, como la forma de educar a los niños y de tratar a los ancianos, cómo reaccionan ante el riesgo y el peligro: curioso, aunque no creo que sea muy aplicable en nuestro entorno.

Pero a partir de aquí el libro cae en picado: se mete en una larga disquisición sobre las funciones que desempeña la religión en las sociedades tradicionales y en las actuales, luego hay un capítulo sobre los idiomas y su extraordinaria diversidad en las sociedades antiguas (lo normal en un habitante de las tierras altas de Nueva Guinea es que domine cinco idiomas, frecuentemente muy diferentes unos de otros), y el capítulo final versa sobre las enfermedades no contagiosas -titulándose "Sal, azúcar, grasa y pereza" ya está todo dicho-.
Digo que cae en picado porque, además de ser temas muy trillados y por tanto mucho menos llamativos para el lector, adopta un tono de sermón propio de revista dominical, repitiendo cosas mil veces sabidas. La tendencia de Diamond de ponerse la venda antes que la herida, tratando de anticipar cualquier posible crítica, se mezcla con la moralina y se acentúa, volviéndose muy irritante. Es una pena, porque los dos primeros tercios del libro son una delicia; me permito aventurar que en esta última parte hubo alguna indicación por parte del editor de alargarla un tanto, para que el volumen tuviera el empaque necesario para destacar en la mesa de novedades de la librería.

Algo que me ha parecido muy interesante es la comparación no entre las sociedades primitivas y la California de 2012, sino con la típica aldea española hasta la década de 1950. Creo que el mundo en el que vivieron mis abuelos y pasaron la infancia mis padres se parece más, en muchos aspectos, al de las aldeas de Nueva Guinea que al de las subvenciones europeas, cosechadoras programadas con GPS y globalización que tenemos ahora.

23 de noviembre de 2014

Valle de la Angostura - una ruta por los dominios del Lozoya

El valle del Lozoya ocupa la esquina norte de la provincia de Madrid. Abierto hacia el NE, es frío y húmedo, ideal para el verano, pero en este extrañamente cálido mes de noviembre también tiene su atractivo. La cabecera del valle, entre Peñalara y Rascafría, está cubierta de bosque: pinos y robles entre los que se pueden ver llamativos acebos con sus bolitas rojas. Y setas, muchas setas de todas las formas y colores, aunque servidor es de los que las deja en su sitio, aunque luego en el restaurante es lo primero que pido. Y eso que todas las setas son comestibles, por lo menos una vez.

 
¡Numérense! Prácticamente llegando al final


La ruta que hicimos ayer está muy bien descrita aquí. Es la típica ruta triangular ("circular" porque se vuelve al punto de partida) que une dos caminos bien trazados y sin posibilidad de pérdida con un segmento un tanto más errático. Los de wikirutas proponen andar un rato por la carretera; nosotros preferimos mantener una respetuosa distancia de los coches, aunque supuso un poco de campo a través, poco problemático al haber poca maleza.


 Captura de pantalla del programa Garmin Base Camp con el 'track' grabado por el GPS. Saliendo del aparcamiento en la esquina NE, se remonta el río para luego girar a la derecha hasta encontrar el camino de vuelta.

 Quitando esto, es una ruta sencillísima y bien hermosa, todo el tiempo atravesando el bosque: no hay muchas oportunidades por estas latitudes arboricidas de andar varias horas entre árboles. Si añadimos los colores del otoño y las setas, es un paseo magnífico; además no hay demasiada gente, probablemente al estar a 100 km de la capital.

Colores del otoño, en un tranquilo estanque marcado en el mapa

Datos medidos con el GPS:
  • Distancia: 16.8 km
  • Tiempo andando: 3h 50'
  • Tiempo parados: 2 h
  • Desnivel: 630 m

El cómodo perfil de la etapa

 
Para terminar, una foto de colorines que justifica llevar una cámara y no depender sólo de la del móvil






9 de noviembre de 2014

A buenas horas, mangas verdes

Antonio Muñoz Molina
Todo lo que era sólido

Seix Barral. Barcelona, 2013
256 páginas

Más de un año después de haber leído el despelleje que en mi admirada La Página Definitiva hicieron al pobre Antonio Muñoz Molina por haberse atrevido a publicar esto, cayó en mis manos un ejemplar. Mis genes masoquistas tomaron el control de mi voluntad, y me puse a leerlo. Tomando notas, porque lo merece.

Los primeros capítulos son muy cabreantes. A base de preguntas retóricas y generalizaciones, y el abuso de la primera persona del plural, todos los habitantes de España entre 2000 y 2008 somos calificados de ingenuos o de subnormales, no sé qué es peor. Sale con que el dinero caía del cielo, que "no reparábamos en...", y yo recuerdo las largas conversaciones con mis amigos sobre la subida exagerada de los precios de la vivienda, sueldos congelados, salvajadas urbanísticas y corrupción evidente, y enseguida empiezo a imaginar conversaciones con el autor. Todas empiezan por un "Mira, bonito..." y acaban bastante mal.
Quizá porque mi generación ha sido víctima del ciclo burbuja-crisis -la burbuja nos pilló cuando había que sentar la cabeza, buscar casa, fundar una familia, etc., con lo que fuimos víctimas de la subida de precios sin poder beneficiarnos, pues no teníamos nada que vender; peor aún lo tienen los que vienen detrás- me cabrea mucho que me metan en el mismo saco de quienes se aprovecharon con alegría.

Sigo con el libro: pone un énfasis excesivo en la crispación pública (prensa, declaraciones de próceres) y en el teatrillo de abrir las heridas de la Guerra Civil, sin decir una sola vez que a la hora de la verdad PP, PSOE, IU y nacionalistas siempre se pusieron de acuerdo para desactivar tribunales de cuentas, mecanismos de supervisión y demás instituciones que les hubieran podido controlar. Fuera de la caja de resonancia de los medios de comunicación, los españoles no estábamos precisamente insultándonos por las esquinas y sacando las pistolas en plan 1934.

Con este arranque, en pocas páginas tengo ya un nivel de cabreo y tensión arterial notable, poco propenso a aceptar licencias poéticas, y me encuentro con la descripción de su visita a la planta noble de Merrill Lynch en Manhattan, en la que siente cómo vibra el dinero por los acristalados pasillos y las órdenes de compra y venta en las pantallas (supongo que esto último a la vista de las visitas. Ya. En la planta noble). A esto añade una postura de falsa modestia de hombre sencillo al que es fácil engañar: "Creemos que ocupan posiciones tan elevadas de poder porque son muy inteligentes". En este punto ya pienso que en La Página Definitiva fueron demasiado generosos.

 Ávila, agosto de 2007. Siete años después, los edificios de la foto están en su mayoría vacíos, en un barrio fantasma. En aquel tiempo, la mayor parted de las construcciones en la ciudad terminadas tres y cuatro años antes estaban deshabitadas, y así ocurría en toda España, aunque Antonio no se diera cuenta.

Más adelante, Todo lo que era sólido mejora algo, pues cuenta experiencias personales desde su puesto de observación como administrativo en el ayuntamiento de Granada, a principios de los 80. Se deja de generalizaciones insultantes y de falsas modestias y se pone a contar lo que ve: supresión de los mecanismos de control, caciquismo, despilfarro, redes clientelares, exaltación de lo local, sumisión a a la iglesia católica, fastos... Culmina con sus experiencias en Nueva York, testigo como director del Instituto Cervantes de los "eventos" organizados por ciudades y regiones, a cada cual más caro, ridículo y absurdo.

La segunda mitad del libro vuelve a caer en picado, adoptando un tono de sermoneo que recuerda mucho a sus columnas en El País, de las que probablemente provenga buena parte del material (no me voy a poner a comprobarlo, el sufrimiento de uno también tiene sus límites). Es un compendio de recuerdos, no falta el 23-F, y unas bendiciones al 15-M.

Por si todo esto no fuera bastante, queda el capítulo de las omisiones. Coincido con él en que es mucho más culpable el partido "de izquierda", aunque ¿por qué no lo nombra? ¿Por qué no dice que ya desde principios de los 80 el PSOE montó el espectáculo que estamos disfrutando ahora, y que fue corregido y aumentado por los gobiernos sucesivos, cada vez con más gente a robar y pudiendo coger más dinero prestado?
También echo en falta comparaciones con otros países. ¿Acaso no hay opinadores groseros en Estados Unidos, que parece como si sólo hubiera crispación mediática aquí? ¿Por qué Gran Bretaña, Alemania, Francia, etc. no han acabado tan mal? De poco sirven doscientas páginas de sermón si no se señala ningún ejemplo a seguir.

Y, por supuesto, la omisión más flagrante: el reconocimiento de culpa, no como español ciego y tonto, como tú, lector, que no te enteraste de nada, sino como intelectual bendecido por el Sistema, y de qué manera: columna en el periódico oficialista, carguete en Nueva York, universidades de verano, premios y promoción hasta convertirle en uno de los más eximios autores del régimen... No he querido hacer sangre con el concepto "Cultura de la Transición" de la que es un destacado representante, pero es que no hace falta para poner a parir esta cosa que acabo de terminar.

No me gusta meterme con Antonio Muñoz Molina, varias de cuyas novelas he disfrutado y en algún momento releeré, pero esto ha sido excesivo. No puedo saber si es sincero o si se trata de un encargo de su editor para hacer caja gracias a la crisis con un rápido refrito de material de sus columnas en El País, pero el resultado es un baldón para todos los involucrados. ¿No tendría a nadie que le pudiera haber dicho "Antonio, por Dios, no publiques esto, que tus lectores no son tan bobos"? A lo mejor lo son, y, como dicen los americanos, he's laughing all the way to the bank.

2 de noviembre de 2014

Memorias del pasado rural

Luis Landero
El balcón en invierno

Tusquets, Barcelona, 2014
248 páginas

Poniendo como excusa el comienzo fallido de una novela con el argumento típico de Landero, protagonizada por alguien madurito pero ingenuo, el autor escribe un libro de memorias en su lugar. Alterna capítulos de la vida de sus padres y de su primera infancia en una alquería cerca de Alburquerque, con otros sobre su adolescencia en Madrid, en el barrio de Prosperidad.

Este libro reúne dos de mis temas favoritos. El primero son las descripciones no idealizadas de la vida campesina, prácticamente desaparecida de Europa Occidental. Una vida carente de comodidades y de seguridad, en contacto con la Naturaleza, en la que la gente consume lo que produce y desconfía de la autoridad o de los mercaderes. Mi autor favorito en este ámbito es desde hace mucho tiempo John Berger; creo que El balcón en invierno contiene algunos capítulos preciosos.

 Nunca he estado en Alburquerque, así que pongo esta foto de Zafra,
tomada en octubre de 2014

El segundo tema que disfruto leyendo son las narraciones en primera persona -memorias más o menos noveladas- de la gran transición del campo a la ciudad que vivió la generación de mis padres y que cambió este país para siempre. Como ejemplo siempre recuerdo El jinete polaco, para mí la mejor novela de Antonio Muñoz Molina. Aquí prefiero autores españoles, porque parte de la gracia que le encuentro son los detalles propios de los años 60 y 70 en España, tan distinta del resto de Europa por aquella época, mientras que la vida campesina, salvando las diferencias de clima y geografía, era universalmente similar, cambiando las ovejas por vacas, llamas, yaks o lo que tocase.

El balcón en invierno desarrolla ambos temas y les pone personajes, el propio Landero y su familia, con la ternura y la comprensión que cabe esperar. Se hace muy corto; me habría gustado que dedicase más espacio a la vida de sus padres y a la suya propia, y que no lo terminase de forma tan abrupta. Si en lugar de doscientas páginas hubiera tenido cuatrocientas, me habría gustado más: en mi caso, eso es todo un elogio.