12 de julio de 2015

Las malas bestias, ¿nacen o se hacen?

Francisco Veiga
La trampa balcánica. Una crisis europea de fin de siglo.


Grijalbo. Barcelona, 1995. 398 páginas.



Debería haber leído este libro antes que La fábrica de las fronteras, pero uno se va enterando de las cosas de forma anárquica y aleatoria. En una nota en La fábrica de las fronteras, Francisco Veiga decía que ya había analizado las raíces económico-sociales de los enfrentamientos balcánicos en La trampa balcánica: veamos si es así.

La trampa balcánica fue publicado en 1995, cuando todavía no habían concluido las guerras de Croacia y Bosnia (episodios tan cruciales como la Blitzkrieg croata que reconquistó la Krajina y Eslavonia todavía no se había producido) y la de Kosovo no había empezado. Pero eso no le quita valor, ya que la prudencia de Francisco Veiga al realizar afirmaciones hace que no tenga que desdecirse de ninguna; más aún, la visión crítica ante el relato periodístico de las atrocidades yugoslavas tiene mucho más mérito en plena guerra que 20 años más tarde, cuando es mucho más fácil llevar a cabo un análisis reposado, para el que además se dispone de mucha más información. Por supuesto, para el relato completo de las guerras yugoslavas, lo ideal es recurrir a La fábrica de las fronteras.

El propósito declarado de este libro es analizar las causas profundas de las guerras civiles a las que se estaban dedicando los yugoslavos con gran entusiasmo mientras el profesor Veiga, historiador especializado en Europa del Este, lo escribía. No se limita a la antigua Yugoslavia, sino que estudia todos los países balcánicos: Grecia, Rumanía, Bulgaria, Albania y Yugoslavia, todos ellos surgidos de la descomposición del imperio otomano durante el siglo XIX. De forma cronológica, Veiga repasa la historia de los estados mencionados desde su independencia hasta la actualidad.

En cuanto a entretenida y absurda, me quedo con la historia de Grecia, y no sólo por haberse convertido en el país de moda al ser rescatado con un salvavidas de plomo: esa manía con meterse en guerritas contra los turcos una y otra vez durante todo el XIX, para que tuvieran que aparecer una y otra vez ingleses y franceses para evitar el desastre, darles un pescozón y hasta la siguiente. Y no han terminado: véase su ejemplar comportamiento con Macedonia, a la que no conceden ni un poquito de esa generosidad que piden al resto de Europa. En fin, que me voy por las ramas.

Una observación que Veiga no menciona es el paralelismo entre los estados balcánicos y los países aparecidos en África y Asia tras la descolonización: fronteras un tanto absurdas, ausencia de una clase dirigente mínimamente solvente, pues el país colonizador usaba la minoría étnica de turno para la administración y el comercio, inexistencia de centros de educación superior, y un corolario de guerras, golpes de estado y demás entretenimientos en las décadas que siguen a la independencia, con continua injerencia de las potencias extranjeras. Da la impresión de que la mayoría de los países necesitan un tiempo de masacres y desgracias hasta que las estructuras de poder se afianzan y se convierten en un factor de estabilidad, si los demás se lo permiten. Parece ser que en la mayor parte de África hay mucha gente empeñada en que tal cosa no ocurra.



Mirad lo que pasa si os ponéis en plan nacionalista, niños.
Roma, octubre 2007

La mayor parte de La trampa balcánica está dedicada a un largo recuento de guerras, gobiernos, partidos, dictaduras, estrategias y purgas. Mucho nombre propio, mucho de lo que se suele conocer como política, poco sobre la economía y la sociedad. Aunque está bien escrito y el autor lo hace interesante (me recuerda mucho a los capítulos sobre Europa del Este de la magna Postguerra de Tony Judt), tanta política hace que quede muy poco espacio para discutir si esa afición a masacrarse es heredada o aprendida, o sea, si son así de salvajes o se puede explicar analizando la economía y la sociedad balcánicas.

Ese análisis, que me habría gustado que fuera mucho más extenso, lo desarrolla en dos partes: primero, argumentando que las burradas de las guerras de Croacia y Bosnia no son nada excepcional, basta compararlas con Argelia, Palestina, partición de la India, dictaduras del Cono Sur, guerra civil española, Nigeria, Suráfrica, tralará lará y etc. Que el muerto de la foto sea un niño rubito y no negro o asiático no tiene por qué dar más puntos al asesino.
La segunda gran tesis es que la causa de la guerra está en el surgimiento de una clase media de funcionarios y técnicos en todos los países comunistas, una clase social bastante numerosa y muy influyente, que reaccionó cuando todo se vino abajo al caer los regímenes y desfondarse la economía. En Yugoslavia todo eso se combinó con una "descentralización sin democracia" en la que en cada república federada se creó una élite local muy ocupada en mantener a los caciques y clientelas, sin ningún contrapeso, y en la que la forma más fácil de arañar recursos era quitándoselos al vecino; de ahí que a la muerte de Tito todo se desmadrase y se recurriera al nacionalismo como una forma de enardecer a las masas.

A mí me convence, aunque tengo que decir que siempre he estado predispuesto a rechazar las explicaciones basadas en el carácter nacional: llevo muy mal cuando un europeo del norte suelta cualquier chanza basada en la siesta, los toros o la "pasión". Claro que no todos los idiomas tienen una palabra para el concepto "pila hecha con los cráneos de los enemigos" como el turco, el serbo-croata, el búlgaro y el rumano, como el viejo ejemplo de los esquimales y su vocabulario para los distintos tipos de nieve. Pero como dije antes, le falta desarrollo: me habría gustado leer más explicaciones alternativas y su refutación, siguiendo la estructura clásica del ensayo. De todas formas, va mucho más allá de todo lo que me he encontrado hasta ahora, sobre todo en la prensa... no escupo en el suelo porque la alfombra no se va a limpiar sola.

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Para terminar, una comparación entre el sistema de bibliotecas públicas de dos ciudades: Madrid (3.165.235 habitantes, PIB per cápita 29.576 euros), con unas bibliotecas de barrio diminutas y mal dotadas, y Ávila (58.933 habitantes, PIB per cápita 19.011 euros) con una Casa de la Cultura soberbia en la que es posible encontrar libros como éste, ya descatalogado y no disponible en formato electrónico. No creo que haya una comunidad autónoma que siendo tan rica tenga unos servicios públicos tan rematadamente malos como Madrid, que eso sí, tiene muchos túneles e instalaciones olímpicas pudriéndose.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Llevo buscando este libro bastante tiempo, lo de Madrid es de traca. Genial el análisis. Saludos
Ángel