12 de octubre de 2014

Y que no nos pase ná

Eric Schlosser
Command and Control: Nuclear weapons, the Damascus Accident, and the illusion of safety
(Mando y control: armas nucleares, el accidente de Damascus, y la ilusión de seguridad)

Penguin Press, New York, 2013
656 páginas

Las bombas atómicas que convencieron a Japón de que rendirse no era tan mala idea eran unos cacharros enormes, pesadísimos y montados de forma artesanal. Poco tiempo después, al comenzar la Guerra Fría y ponerse a producir armas nucleares por miles, envolverlas primorosamente en explosivos convencionales, detonadores y demás adornos, y empaquetarlas en bombas de aviación, minas, obuses, misiles y demás artículos pirotécnicos, los responsables trataron de asegurar lo siguiente:
  • Que las armas nucleares estuvieran listas para ser usadas de forma casi inmediata.
  • Que no estallaran accidentamente.
  • Que no se pudieran lanzar sin permiso.
Todo esto en un entorno de máxima tensión en el que había que estar alerta para detectar un ataque enemigo y ser capaz de responder en cuestión de horas.

Eric Schlosser, periodista de investigación famoso por Fast Food Nation, sobre la industria de la comida rápida, ha dedicado unos años a investigar cómo el alto mando americano organizó las fuerzas nucleares (el Strategic Air Command), y los resultados, normalmente en forma de incidentes de esos de ponernos a puntito de empezar el Juicio Final. Parece ser que en las democracias de verdad, y Estados Unidos, a pesar de sus defectos, lo es, el Estado tiene que responder a las preguntas de los ciudadanos, y el material "clasificado" (como secreto, se entiende) tiene que justificar esa clasificación o abandonarla. Vamos, algo muy diferente de lo que entienden por aquí por "transparecia", mis queridos co-súbditos.

De forma cronológica, Command and Control explica los requisitos a que tienen que enfrentarse, los medios, las batallitas entre organizaciones, personalidad de los líderes, relaciones con los gobiernos que se van sucediendo y los accidentes que se suceden. Todo en un ambiente de paranoia provocada por las mentiras sobre las fuerzas soviéticas (exageradísimas para que el Congreso aflojara la mosca) y el sustito del Sputnik. Me llamó mucho la atención el muy diferente ritmo de avances técnicos entre bombarderos, misiles y submarinos por un lado -en los años 50 ya estaban en servicio muchos modelos que siguen con nosotros- y las técnicas de comunicaciones y seguridad por el otro: en estos tiempos de redes de alta capacidad, satélites y fibra óptica parece mentira que no hace tanto tiempo el país más poderoso de la Tierra no fuera capaz de asegurar el contacto entre cuatro centros de mando.

Describe la figura del general Curtis LeMay, el encargado de organizar el Strategic Air Command y persona destacada al preparar la estrategia de agresión/defensa nuclear con varios gobiernos. Es mérito de Eric Schlosser hacer que las cuestiones organizativas, que podrían ser terriblemente áridas, sean capítulos que se disfrutan. Uno no puede dejar de acordarse de Dr. Strangelove y la Máquina del Juicio Final; ¿tendría Kubrik un topo dentro del SAC?.
Con cada gobierno, se repite la misma escena: el presidente, o su secretario de defensa (McNamara, Kissinger) reciben el SIOP, el megaplan de ataque/respuesta nuclear, que garantizaba la destrucción más bestia posible de todo lo que se moviera, sin medias tintas ni secuencia de escalación; Dr. Strangelove total, amigos. Tras la incredulidad de los políticos y el firme propósito de parar esa locura, las resistencias de los militares y las crisis cotidianas impiden cualquier reforma, y así hasta el siguiente presidente. El SIOP duró hasta 2003.

 Señal de refugio nuclear en Harlem, Nueva York, 2011

Eso de tener miles de cabezas nucleares, varias de ellas en estado de alerta, montadas en bombarderos que daban vueltas por el Ártico o Europa y repostaban en vuelo, provocó grandes momentos: aviadores que se equivocan de palanca y bomba de hidrógeno que sale rodando y rebotando por la pista, accidentes con explosión de la carga convencional que rodea al material fisionable, bases desalojadas a todo correr mientras un avión con varias bombas dentro arde sobre la pista... lo de Palomares, una de tantas, y no de las más gordas.

Y eso me lleva a hablar de la otra parte del libro: todo lo que he contado hasta ahora se alterna con la descripción pormenorizada de un desastre que tuvo lugar en 1980 en un silo de Damascus, Arkansas, donde habitaba un misilaco de más de 30 metros de alto y 150 toneladas, casi todo ello combustible muy tóxico e inflamable, llamado Titan II. Como para descansar de la pelea de turno entre el SAC y el Secretario de Defensa, Command and Control va narrando escenas del "incidente de Damascus": soldados y oficiales tratando de entender las alarmas, corriendo de un lado para otro entre puertas, barreras, escapes de emergencia y demás, conversaciones con la base, heroicidades, decisiones equivocadas, humo y alarmas por los pasillos, etc. Como en una película de nave espacial atacada por los aliens, vamos, y todo porque a un pobre hombre se le cayó una herramienta que rebotó e hizo un agujero en la pared del misil.
Para mi gusto, lo cuenta con demasiado detalle, aunque supongo que lo hace por verosimilitud, y para evitar acusaciones de simplificación que podrían perjudicar mucho a un libro como éste.

Unos cuantos misiles en el Museo del Aire y el Espacio de Washington DC. El Titan II es demasiado grande para caber ahí, estos son más modestos. Mayo de 2014.

El único aspecto de un libro tan largo que me ha molestado es la introducción biográfica cada vez que aparece un personaje, sea general, científico o sargento del arma de misiles intercontinentales. Parece como si Schlosser se sintiera obligado a meter unas pinceladas de humanidad contándonos que al teniente Johnson le gustaba la pesca o que el cabo Williams era un as del béisbol en el instituto: son párrafos que sobran, no hace falta ser un lector muy maduro para empatizar con esos pobres hombres que intentan saber qué está pasando entre el humo y las alarmas que inundan su silo subterráneo, y que se juegan la vida para que no acabe todo en una explosión de varios megatones.

Pese a este detalle, creo que Command and Control vale mucho la pena: tema interesante, bien investigado, y ágilmente contado: no espero más de un libro de no ficción. Muy recomendable.

Nota para el lector español: en este libro se cuentan muchas chapuzas y muchas cagadas, errores de todo tipo (de planificación, de diseño, humanos -que suelen ser consecuencia de los dos anteriores-). Sin embargo, ningún caso de corrupción del tipo "contratamos un Yak-42, nos embolsamos la diferencia y a vivir que son dos días" o de nepotismo flagrante como lo que tenemos en el CNI. Quizás gracias a eso hubo accidentes, pero no acabaron en hongo atómico seguido de ataque histérico a la Unión Soviética, contraataque y delicioso invierno nuclear.