25 de enero de 2010

Viendo pasar los barcos

No me puse a escribir un blog para compartir sitios web curiosos (para eso basta el twitter), pero hay veces que me tropiezo con alguno excepcional, que demuestra el potencial de la combinación de tecnología asequible, redes abiertas, estándares públicos y todo el blablabla. Estoy hablando de www.marinetraffic.com.

Se trata de un proyecto creado por una serie de universidades y otras instituciones griegas. A partir de la señal que emiten los transpondedores del sistema AIS, obligatorio para todos los barcos a partir de 300 toneladas de registro bruto, con una sencilla antena VHF se pueden captar los datos de posición, destino e identificación de los navíos que circulen a su alrededor. Esos datos se envían al servidor de marinetraffic.com, se combinan con los mapas de Google, et voilà! ya tenemos el mapamundi lleno de iconos que representan barquitos navegando o amarrados al muelle. Pinchando el icono, si hay suerte, saldrá la hoja de características del buque, la ruta y hasta la fecha estimada de arribada.


Aquí podemos ver al petrolero italiano "Mare di Genova", entrando en el Skagerrak en la medianoche del lunes 25 de enero del 2010. Es un buque enorme, de 183 metros de eslora, la última vez que se le vio en puerto estaba en Boston y dentro de dos días llegará a la terminal de carga de crudo de Ventspils, en Letonia. Muy probablemente, a cargar petróleo ruso.

Lo impresionante del caso es que la recogida de datos se hace a base de voluntarios, que desde su casa, su instituto o su universidad captan la señal de radio y la vuelcan a Internet (instrucciones aquí); también por eso veremos mucha más información en torno a las costas de los países desarrollados que en el Cuerno de África, por ejemplo. Aunque en torno a la península Antártica se pueden ver varios cruceros de turismo...

9 de enero de 2010

Pierre Gonnord. Terre de Personne.

Consejería de Cultura y Deporte de la Comunidad de Madrid (Alcalá, 31). Del 17 de diciembre de 2009 al 28 de febrero de 2010. Web de la exposición.

Sitio web de Pierre Gonnord.


Bien aconsejado por el autor del blog pictórico Manchas sin ley, valientemente me enfrenté a las bajas temperaturas (algo que ha dejado de ser heroico desde que el Metro tiene calefacción) y dediqué la mañana del sábado a contemplar esta pequeña exposición.

Lo primero que llama la atención es el descomunal tamaño de las reproducciones, todo un lujo que refuerza el impacto de las imágenes, aunque yo creo que se sostendrían también en tallas más normales.
Según he leído por ahí, Pierre Gonnord estuvo por el Norte de España y Portugal, deteniéndose y practicando su arte en aldeas perdidas -en la propia exposición no hay ninguna información al respecto, pero Internet es grande y todo lo sabe-. No es un dato demasiado relevante, pues las imágenes no necesitan de demasiado contexto.

Las obras expuestas se pueden agrupar en dos grandes series, retratos y paisajes.
Al fotografiar paisajes, Gonnord ha elegido escenas dramáticas: más de la mitad son incendios, representando con acierto los efectos atmosféricos del fuego y el humo en las laderas. Pero lo que más me ha llamado la atención son los retratos. De un lado, una galería de viejos aldeanos, vestidos con ropas humildes; del otro, un grupo de mineros, retratados con ese extraño maquillaje producto de la combinación de sudor y polvo del carbón.

Me han recordado a los retratos del Barroco: fondo oscuro, ropas oscuras, solamente la cara y las manos -cuando aparecen- aparecen iluminadas. Salvo en un par de casos, el retratado mira fijamente a la cámara, y, por tanto, clava su mirada en el espectador: parece como si estuvieran buceando en el alma de quienes les contempla, en una curiosa inversión de papeles. Las caras, sobre todo las de los ancianos, reflejan una vida de trabajo y pocas alegrías; pero son los ojos, muchos maltratados y acuosos ya, los que transmiten emociones poderosas: miedo, desconfianza o indiferencia. Sale uno temblando de allí.


Los mineros, por suerte, trabajadores en pleno disfrute de sus facultades físicas, apuntan más hacia otro tipo de sensaciones: fuerza, trabajo, dignidad, desafío. Sin poder tratarlas de optimistas, son imágenes mucho menos duras que las de los ancianos y ancianas, que me recuerdan a esas viejas, amigas o parientes de mis abuelas, que tanto me asustaban de chico.

Pierre Gonnord, "Rui" y "Madalena".
Haga click en la imagen para ampliarla.

4 de enero de 2010

My Own White Christmas

Varlam Shalamov
Kolyma Tales
(Relatos de Kolimá)


Penguin, London, 1994
508 páginas.
Web de la editorial

En español los ha publicado, en dos volúmenes, la
editorial Minúscula



Estas navidades de viento, lluvia y frío he aprovechado para atacar la pila de libros pendientes de leer; y pocos describen el frío, el hambre y la crueldad como Shalamov, que las padeció en sus propias carnes. Me enteré de la existencia de estos Relatos gracias a un comentario en el artículo dedicado a "Un día en la vida de Iván Denisovich", de Solzhenitsyn, de parte de alguien que, aunque lee mucho más y sobre todo mucho mejor que yo, últimamente ha dejado a los seguidores de su blog (http://desplazamientosinorbita.blogspot.com/) esperando que cumpliera su proyecto 'Vacío imperfecto', en el que reseñarán libros inexistentes, a lo Stanislaw Lem.


La biografía de Shalamov es para dejar helado a cualquiera. Arrestado cuando era estudiante, fue encadenando condenas hasta pasar diecisiete años en Kolimá, una región del Lejano Oriente ruso rica en recursos mineros, explotados en época de Stalin a base de mano de obra forzada, casi siempre condenados por motivos políticos durante las grandes purgas de los años treinta. La dureza del lugar -es donde se han medido las temperaturas más bajas jamás registradas- y el maltrato constante provocaron cientos de miles de muertes.

Es en este contexto donde se sitúan los relatos de Varlam Shalamov. Al primero, "A través de la nieve", una breve y hermosa descripción de cómo se abre un camino en la nieve virgen (Luego llegarán los tractores y los caballos conducidos por los lectores, en lugar de por los autores y los poetas), le sigue "A crédito" ('On Tick' en la edición que leí yo), que cuenta una partida de cartas entre delincuentes comunes que concluye de forma trágica, y es un buen ejemplo del resto de cuentos del volumen. Describe en pocas palabras la barraca, los objetos y los personajes, para narrar, de una forma desapasionada, cómo transcurre un incidente (una partida de cartas), con un final que, si no sorprendente, sí golpea al lector con una brutalidad terrible: 'Ahora tenía que buscar un nuevo compañero con quien cortar la leña'.


A base de golpes asestados con gran habilidad, el lector será testigo del hambre, el frío, la enfermedad y la muerte, y, sobre todo, de la brutalidad de que son capaces algunos contra sus semejantes: guardias, esbirros diversos y, sobre todo, los delincuentes comunes, aliados siempre de las salvajadas de Stalin. La forma elegida por Shalamov cumple su función a la perfección: nada mejor que las descripciones de la ropa, de la comida, de las satisfacciones con que sueñan los condenados (recuerdan muchísimo a "Un día en la vida de Iván Denisovich") y del día a día de los campos y las minas para que podamos comprender la anulación personal y la abyección que el Gulag supuso para millones de personas. El preso que se lamenta por haberse esforzado el último día de su vida, cuando se entera de que lo van a fusilar, los que aprovechan la noche para abrir una tumba y quitarle la ropa interior al muerto o el guionista condenado a entretener a los criminales comunes contando historias por las noches -un Sherezade que durante el día trabaja en la mina- convierten en superflua cualquier reflexión encendida, a lo Solzhenitsyn en el Archipiélago Gulag, sobre la brutalidad de un Estado dedicado a tales prácticas. Ya se ha percatado el lector, y de qué manera, de lo que ocurre.


Madrid, enero de 2009

La primera parte del volumen, 22 cuentos agrupados en una colección también llamada Relatos de Kolimá, es a la vez la mejor escrita, y la más brutal. Si el Gulag no hubiera existido jamás, y fuera simplemente una obra de pura ficción, sería casi igual de valiosa, al lograr construir de forma certera un escenario tan espantoso, que hace difícil conciliar el sueño.

Más adelante, la forma de los relatos cambia, ya dejan algún resquicio para la esperanza -el preso que consigue que le envíen al hospital, el que muere luchando contra los guardias en un intento de fuga- y aparecen piezas puramente descriptivas que no siguen el esquema anterior: la solidaridad en las cárceles (no en los campos), el "elemento criminal", la visita a la casa de baños. Aunque en ningún momento permite olvidar de qué está hablando, en comparación con los primeros cuentos son mucho menos duros, menos severos con el lector. Incluso alguno puede parecer casi satírico, como "El descendiente de un Decembrista". Pero si bajamos la guardia y llegamos a pensar que se ha suavizado la lectura, llegarán cuentos como "Un epitafio" para ahogarnos otra vez de amargura.


Relatos de Kolimá resultará difícil de olvidar. Además del indudable valor documental, Shalamov, mediante un dominio magistral de la técnica del relato breve, provoca en el lector unas emociones que pocos escritores consiguen. El mejor exorcismo frente a la indigestión de tontería navideña.