Varlam Shalamov
Kolyma Tales (Relatos de Kolimá)
Penguin, London, 1994
508 páginas.
Web de la editorial
En español los ha publicado, en dos volúmenes, la editorial Minúscula
Estas navidades de viento, lluvia y frío he aprovechado para atacar la pila de libros pendientes de leer; y pocos describen el frío, el hambre y la crueldad como Shalamov, que las padeció en sus propias carnes. Me enteré de la existencia de estos Relatos gracias a un comentario en el artículo dedicado a "Un día en la vida de Iván Denisovich", de Solzhenitsyn, de parte de alguien que, aunque lee mucho más y sobre todo mucho mejor que yo, últimamente ha dejado a los seguidores de su blog (http://desplazamientosinorbita.blogspot.com/) esperando que cumpliera su proyecto 'Vacío imperfecto', en el que reseñarán libros inexistentes, a lo Stanislaw Lem.
La biografía de Shalamov es para dejar helado a cualquiera. Arrestado cuando era estudiante, fue encadenando condenas hasta pasar diecisiete años en Kolimá, una región del Lejano Oriente ruso rica en recursos mineros, explotados en época de Stalin a base de mano de obra forzada, casi siempre condenados por motivos políticos durante las grandes purgas de los años treinta. La dureza del lugar -es donde se han medido las temperaturas más bajas jamás registradas- y el maltrato constante provocaron cientos de miles de muertes.
Es en este contexto donde se sitúan los relatos de Varlam Shalamov. Al primero, "A través de la nieve", una breve y hermosa descripción de cómo se abre un camino en la nieve virgen (Luego llegarán los tractores y los caballos conducidos por los lectores, en lugar de por los autores y los poetas), le sigue "A crédito" ('On Tick' en la edición que leí yo), que cuenta una partida de cartas entre delincuentes comunes que concluye de forma trágica, y es un buen ejemplo del resto de cuentos del volumen. Describe en pocas palabras la barraca, los objetos y los personajes, para narrar, de una forma desapasionada, cómo transcurre un incidente (una partida de cartas), con un final que, si no sorprendente, sí golpea al lector con una brutalidad terrible: 'Ahora tenía que buscar un nuevo compañero con quien cortar la leña'.
A base de golpes asestados con gran habilidad, el lector será testigo del hambre, el frío, la enfermedad y la muerte, y, sobre todo, de la brutalidad de que son capaces algunos contra sus semejantes: guardias, esbirros diversos y, sobre todo, los delincuentes comunes, aliados siempre de las salvajadas de Stalin. La forma elegida por Shalamov cumple su función a la perfección: nada mejor que las descripciones de la ropa, de la comida, de las satisfacciones con que sueñan los condenados (recuerdan muchísimo a "Un día en la vida de Iván Denisovich") y del día a día de los campos y las minas para que podamos comprender la anulación personal y la abyección que el Gulag supuso para millones de personas. El preso que se lamenta por haberse esforzado el último día de su vida, cuando se entera de que lo van a fusilar, los que aprovechan la noche para abrir una tumba y quitarle la ropa interior al muerto o el guionista condenado a entretener a los criminales comunes contando historias por las noches -un Sherezade que durante el día trabaja en la mina- convierten en superflua cualquier reflexión encendida, a lo Solzhenitsyn en el Archipiélago Gulag, sobre la brutalidad de un Estado dedicado a tales prácticas. Ya se ha percatado el lector, y de qué manera, de lo que ocurre.
La primera parte del volumen, 22 cuentos agrupados en una colección también llamada Relatos de Kolimá, es a la vez la mejor escrita, y la más brutal. Si el Gulag no hubiera existido jamás, y fuera simplemente una obra de pura ficción, sería casi igual de valiosa, al lograr construir de forma certera un escenario tan espantoso, que hace difícil conciliar el sueño.
Más adelante, la forma de los relatos cambia, ya dejan algún resquicio para la esperanza -el preso que consigue que le envíen al hospital, el que muere luchando contra los guardias en un intento de fuga- y aparecen piezas puramente descriptivas que no siguen el esquema anterior: la solidaridad en las cárceles (no en los campos), el "elemento criminal", la visita a la casa de baños. Aunque en ningún momento permite olvidar de qué está hablando, en comparación con los primeros cuentos son mucho menos duros, menos severos con el lector. Incluso alguno puede parecer casi satírico, como "El descendiente de un Decembrista". Pero si bajamos la guardia y llegamos a pensar que se ha suavizado la lectura, llegarán cuentos como "Un epitafio" para ahogarnos otra vez de amargura.
Relatos de Kolimá resultará difícil de olvidar. Además del indudable valor documental, Shalamov, mediante un dominio magistral de la técnica del relato breve, provoca en el lector unas emociones que pocos escritores consiguen. El mejor exorcismo frente a la indigestión de tontería navideña.
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