20 de agosto de 2010

La santa indignación no vale lo que un buen relato

Martin Amis
Koba The Dread. Laughter and the Twenty Million

(Koba el terrible. La risa y los veinte millones)


Vintage, London, 2003.

272 páginas.




Si algún ser, humano o
thread escapado de su máquina virtual, sigue este blog de manera más o menos regular, se habrá percatado de que tengo cierto interés por el Gulag, esa sima de sufrimiento que durante tanto tiempo se infligió a los desgraciados habitantes del paraíso socialista. Novelas breves, como la magnífica Un día en la vida de Iván Denisovich; largos ensayos, como el primer tomo del Archipiélago Gulag, ambos de Solzhenitsyn, y volúmenes de cuentos, como los escalofriantes Relatos de Kolimá, de Shalamov, han proporcionado material a mis pesadillas, y mucha pavura ante cualquier utopía. Mis lecturas más recientes han llegado hasta la patética versión norcoreana, en formato comic, en el magnífico Pyongyang.

Si de algo quedé convencido, es del valor que tiene la forma elegida en la narración a la hora de transmitir el horror y la desesperación que sin duda reinaba en tan poco amenos parajes. La elección de Solzhenitsyn en Iván Denisovich, presentando como rutinario lo que para cualquiera sería pura pesadilla; la estructura de relato breve, sorprendiendo al lector con desenlaces apenas entrevistos pero que dejan mal cuerpo, de Shalamov, o incluso la mirada sardónica a la sociedad norcoreana de Guy Delisle, funcionan mil veces mejor que el catálogo de horrores de la obra más conocida de todas las que cito, el Archipiélago. Es mucho más efectivo seguir a un zek en sus idas y venidas para sobrevivir un día más, que cientos de páginas describiendo horrores, con acumulación de cifras y acusaciones a quienes no supieron verlo a tiempo.

Lo poco que he leído de Martin Amis me gustó ('Money', hace ya mucho tiempo), así que, al enterarme de que entre su amplia producción hay un libro dedicado a los crímenes del estalinismo, lo metí en el saco (en estos tiempos, en el carrito del e-commerce). La portada, mostrando un joven y risueño Jósif Dzugashvili, es todo un hallazgo. Pero el encanto se desvanece bien pronto: se trata de una especie de ensayo, a modo de denuncia de los crímenes bolcheviques, por una parte, y por la ceguera de gran parte de los intelectuales occidentales, por otra.

Aunque no se trata de Kolimá, bien podría serlo.
Jökulsárlón (Islandia), junio 2010

Teniendo en cuenta que lo escribió en 2002, no es una iniciativa especialmente heroica; allá el señor Amis con las cuentas que tuviera que saldar, el caso es que el resultado es francamente decepcionante.

Partiendo de la tesis de que todo en el régimen fundado por los bolcheviques es malo y criminal, comenzando por las primeras acciones de Lenin y Trotski en la guerra civil y primeros intentos de colectivización agraria, se lanza a describir una larga lista de atrocidades, burradas y absurdos cometidos por los dirigentes de la URSS, incluyendo algún puyazo que otro a los que lo alababan desde la comodidad y seguridad de los ricos países de la Europa occidental.

Sin dejar de estar de acuerdo con el fondo de la cuestión, creo que en la acumulación de denuncias se cuelan algunos ataques personales un tanto triviales -que Lenin no fuera un gigante de la filosofía y sus lecturas un tanto mediocres, no creo que merezcan tantas páginas-, y a base de negar todo lo que supuso el comunismo, acaba por idealizar el régimen de los zares, lo cual ya es pasarse de frenada. En ocasiones se cuela un tufillo clasista que tampoco me entusiasma: ¿qué pasa, que si el padre de uno fue un humilde trabajador ya no se puede esperar nada bueno?. Quizá me estoy dejando llevar por el hastío provocado por
Koba the Dread, sus innumerables repeticiones y anécdotas extraídas de otras obras, pero no vale ni lo que uno solo de los Relatos de Kolimá. En este caso, mucho mejor recurrir a las fuentes.

16 de agosto de 2010

¿Por dónde has tirado el cable, Paco?

Primero fueron los barcos, después los aviones.
Ahora, este servicial blog les trae otro mapa curioso e interactivo: el de los cables submarinos de fibra óptica que hacen posible esta cosa de La Internete.

http://www.cablemap.info/ es un mapa interactivo, generado a partir de información de dominio público, donde podemos seleccionar un cable y ver sus características (longitud, número de conexiones a estaciones en tierra o landings, ancho de banda), además de una lista de lugares costeros donde termina alguna de estas maravillas de la ingeniería.

Esto me recuerda uno de los mejores trabajos del género reportaje que he leído nunca: publicado en la revista Wired en 1996, "Mother Earth Mother Board", sobre -cómo no- el trabajo y las complicaciones de todo tipo que tiene el tendido de cable submarino. Vale la pena imprimirlo (es muy largo) y leerlo tranquilamente, sobre todo si tu trabajo tiene algo que ver con las telecomunicaciones. O si usas Internet, o si alguna vez has llamado por teléfono a alguien fuera de Europa.

Vista parcial del cable APCN2, entre Corea, China y Japón.
10 "landings", 19.000 km, 2.56 Tbps:
una maravilla, oiga.

8 de agosto de 2010

Unos meses en la utopía socialista


Guy Delisle
Pyongyang: A Journey in North Korea
(Pyongyang: un viaje por Corea del Norte)



Jonathan Cape, London, 2006
176 páginas.


Publicado inicialmente en francés en 2002.


Un estudio francés subcontrata la animación de una serie infantil (al parecer, una sonriente familia de osos) a unos estudios norcoreanos cuyo fin es la educación de las masas, pero ahora temporalmente dedicados a la captura de divisas, y Guy Delisle, animador québécois, es enviado tres meses a supervisar los trabajos al país más aislado de la Tierra. 'Pyongyang' es la narracción del viaje, de las anécdotas y de los aspectos de la sociedad norcoreana que pudo conocer el autor.


Los libros de viajes tienen particular interés cuanto más distinto es el país visitado a lo que ya conocemos. En este caso, no escribe sobre paisajes, tribus o costumbres exóticas, sino un vistazo a una sociedad delirante, centrada en el culto a la personalidad de un líder de apariencia ridícula, capaz de matar de hambre a millones de sus ciudadanos mientras juega una extraña partida en la que se apuestan misiles y cabezas nucleares y se pone ciego a coñac francés. En ese sentido, no decepciona: desde su llegada, en la que Delisle tiene que depositar unas flores ante la gigantesca estatua de Kim Il-Sung, se suceden escenas surrealistas de visitas a monumentos ridículos, vigilancia constante por la pareja de guía e intérprete, situaciones absurdas en el trabajo y un par de encuentros con la enrarecida comunidad diplomática y de ONGs. Siempre presente, el trasfondo de sufrimiento y privaciones del pueblo norcoreano, con el que el autor no tiene prácticamente ningún contacto, salvo preguntas mordaces al intérprete -"y éstos que están barriendo la autopista, ¿qué? ¿también voluntarios?"- y sus propias observaciones, casi siempre a través de la ventana del coche, del trabajo o del hotel.


La forma elegida por Guy Delisle para la narracción es todo un acierto: un comic que le da lugar a dibujar lo que más le llama la atención, a representar animados diálogos normalmente con otros occidentales, o a hacer un par de reflexiones en voz alta sobre lo que aprende sobre el país. Evita conscientemente las largas e indignadas peroratas que son de temer en cualquier obra sobre los peligros del "socialismo real", prefiriendo dejar que sus observaciones, y como mucho pequeños comentarios al margen, muestren al lector lo que cualquiera en su lugar podría ver. A partir de ahí, que cada cual saque sus propias conclusiones.


Presentación del traductor, el inefable Capitán Sin.

Nunca había leído nada de Guy Delisle, y su estilo al dibujar me encanta: viñetas sencillas, que encajan muy bien en un formato de novela gráfica, siguiendo un guión que consigue que no decaiga nunca el interés. Hay detalles preciosos, como la enorme tortuga que nada en la penumbra del acuario del comedor del hotel, y escenas muy divertidas, como la canción dedicada al intérprete, militar en la reserva, con la que se arrancan Guy y su amigo David cada vez que coinciden con él dentro de un coche:


Captain Sin
He's our hero
He's our power magnified.
Captain Sin!!

Por supuesto, el resultado final no dejará a nadie con buen sabor de boca: ese infierno de represión, de mentiras, esa sociedad en la que la mayor parte de la población está obligada a hacer tareas estériles -este comic contiene unos cuantos ejemplos- no puede ser el trasfondo de nada agradable. Pero gracias a esta excelente obra conozco mucho más de cómo es la vida allí, además de haber descubierto a un buen autor de comics.

1 de agosto de 2010

Turner y los maestros

Museo del Prado. Del 22 de junio al 19 de septiembre de 2010. Web de la exposición.

Los museos, antes de convertirse en lugares
'de obligada visita' para castigo de turistas, tuvieron una finalidad sobre todo pedagógica: mostrar al público obras de arte, para que pudieran contemplar lo que antes sólo estaba a la vista de cuatro cortesanos privilegiados, y, con un poco de suerte, mejorar su educación estética. Basta con ver la turbamulta de japoneses haciendo fotos con flash a una Gioconda escondida tras un cristal blindado para constatar que, en efecto, misión cumplida.

Esta vez, nuestro querido Museo del Prado ha optado por este enfoque didáctico: seleccionar unas obras de uno de los Grandes Maestros del pasado, casi sin presencia en los museos españoles, comparándolas con pinturas de artistas anteriores en quienes se había inspirado, a menudo explícitamente o en forma de "homenaje".

Resulta increíble la variedad de géneros con los que se atrevía Turner: a veces con éxito, como es el caso de los paisajes, en los que muchas veces conseguía superar a sus maestros (Poussin, Claudio de Lorena, o incluso Canaletto), cuyos paisajes en la comparación con los novedosos efectos atmosféricos de Turner aparecen empastados y sin vida; otras veces, como en las escenas galantes à la Watteau, fracasa de mala manera.

Snow Storm-Steam-Boat off a Harbour's Mouth. Turner. 1842.

Quizá la serie más destacable por su belleza es la de pinturas de tema marino: inspirándose en artistas holandeses (Ruysdael, Van de Welde), expertos en el tratamiento de la luz y de los fenómenos naturales, Turner se atreve a dotarles de mayor intensidad, claroscuros y colorido, presagiando el movimiento impresionista que surgirá décadas más tarde y en otro país.

Un consejo: si piensas aparecer por el Prado unas cuantas veces al cabo del año, plantéate hacerte socio de la Asociación de Amigos del Museo: no tener que guardar cola tiene su gracia.


Peace. Burial at Sea. 1842.