18 de junio de 2010

Buscándose por Estambul

Orhan Pamuk
The Black Book (El libro negro)


Título original: Kara Kitap.
Publicado originalmente en 1990.
Traducción de Maureen Freely

Vintage, New York, 2006. 466 páginas.



Tras una corta, pero agradable y fructífera visita a Estambul, era casi obligado emprender la lectura de alguna obra literaria relacionada con una ciudad tan enorme y compleja. El novelista constantinopolitano de referencia en las últimas décadas y que probablemente será durante mucho tiempo es Orhan Pamuk; gracias a unos buenos amigos, cayó en mis manos la traducción inglesa de esta soberbia novela, en la que uno de los protagonistas es, sin duda, la ciudad. No vista con los ojos de un occidental, con todos los peligros de mitificaciones orientalistas que nos podría atizar, sino desde el punto de vista de sus naturales, que la sufren a diario y no pueden imaginarse vivir en otro lugar.


La acción se desarrolla sobre todo en la parte más occidentalizada de Estambul, los barrios de Beyoglu y Nisantasi; pero en sus múltiples idas y venidas por calles, puentes, pasadizos subterráneos y hasta un minarete de la mezquita de Süleymaniye, el lector se podrá formar una completa imagen de la ciudad: sucia, fría -nieve por todas partes-, caótica y quizás algo melancólica, pero donde todo puede ocurrir: es casi un mundo mágico, donde se mezcla la triste realidad de unos años de represión y dictadura con fantásticas historias del pasado y con todo tipo de excentricidades a nivel individual.


El protagonista, Galip, vástago de una familia venida a menos, se lanza a la búsqueda de su amada Rüya, quien le acaba de abandonar. Se trata de una búsqueda muy extraña, recorriendo barrios, cines, cafés, burdeles, meyhanes y mezquitas, acompañada de un viaje interior en el que Galip sigue pistas donde se mezclan la identidad (¿quién soy yo?), lecturas del destino humano en el rostro, y teorías cabalísticas -el Hurufismo- y enseñanzas del gran poeta místico sufí Rumi. Unos movimientos de escape que contrastan con la triste realidad diaria de una sociedad sujeta bajo una dictadura militar, temiendo siempre el próximo golpe de Estado y consciente de no haber terminado todavía de sufrir una larga decadencia.

La comisaría amarilla del barrio de Sultanahmet. Estambul, marzo de 2010.

Se trata de una prosa compleja -y muy probablemente infernalmente difícil de traducir-, que me obligaba continuamente a volver atrás y releer capítulos enteros, pero que ofrece pasajes de gran interés, como las historias casi legendarias que Galip descubre a partir de un increíble archivo de publicaciones subversivas y los cambiantes pseudónimos de sus articulistas de ultraizquierda. Los capítulos narrativos se alternan con columnas de prensa escritas por Celâl, tío del protagonista, periodista célebre que utiliza una curiosa mezcla de realismo mágico y costumbrismo: escribe sobre sultanes, pachás, gángsteres del Bósforo, y también tenderos y fabricantes de maniquíes. Una curiosa visión del mundo que se difunde por toda la novela, permeando también la trama principal y llevándola hasta unos extremos de complejidad que requiere, la verdad, una buena dosis de esfuerzo por parte del lector.

Como suele suceder, el disfrute de un logro suele corresponderse a la dificultad para conseguirlo, y The Black Book no es una excepción: la sensación al terminar esta larga novela es la de haberse acercado a un universo difícil pero hermoso, que trae el premio añadido de poder identificarse con una de las ciudades más interesantes del mundo.

12 de junio de 2010

Helen Levitt. Lírica urbana. Fotografías 1936-1993

Museo Colecciones ICO. Del 10 de junio al 29 de agosto de 2010. Web de la exposición.

Un año más, llega el mes de junio y mi festival de exposiciones favorito, Photoespaña. Este año parece un poco más pobre que los anteriores, será cosa de la crisis, aunque el sitio web sigue siendo tan mierda como siempre, basado en Flash y sin presentar el catálogo de eventos de forma unificada, que pueda enlazarse e imprimirse. Recemos para que San Steve Jobs les ilumine a golpes de iPad, con eso de que el gremio del diseño gráfico tiende a consumir todo lo adornado con una manzana mordida.

Al navegar (sufriendo, insisto) por el catálogo me llaman la atención un par de nombres conocidos: Moholy-Nagy, en el Círculo de Bellas Artes, y Helen Levitt, en la galería que tiene el ICO en el callejón trasero del Congreso de los Diputados. Como recuerdo con agrado las fotografías de Levitt expuestas el año pasado en el Reina Sofía, decido comenzar por ella.
La primera sala me produce sensación de déjà vu: ¡son las mismas fotos! Y claro, si me gustaron entonces, cómo no me van a gustar ahora esas imágenes de finales de los años 30 y principios de los 40, humanas y amables, de los niños de barrios pobres de Nueva York, jugando, riendo ante la cámara los más chicos y con sonrisa más traviesa los más mayores. En una dimensión más formal, me encanta el uso sencillo de la composición que hace Levitt, distribuyendo los elementos en el encuadre de la forma más efectiva posible, como se demuestra en las niñas que contemplan las pompas de jabón: niñas a la izquierda, burbujas a la derecha. Y la calzada, en diagonal, para romper un equilibrio que sería excesivo.

Helen Levitt. New York, 1940.

Teniendo en cuenta que la tercera parte de la exposición ya la pudimos ver el año pasado, y que otra de las muestras especiales de esta edición de Photoespaña, la del Reina Sofía, también está dedicada a Manhattan, surge la pregunta de si no podrían haber buscado un poco más de variación temática... el éxito de público está asegurado, es algo que gusta, pero poco nuevo vamos a descubrir. En fin, disfrutamos y seguimos la visita.

Algo diferente son ya las fotografías posteriores, una serie de los años 50 y otra de los 70/80: sigue siendo fotografía callejera y amable, no tan centrada en el mundo infantil y que usa el color de una forma muy inteligente. Donde cambia totalmente el registro es en una colección dedicada a México: personajes deformes, tullidos durmiendo la siesta en callejones sin asfaltar, muecas desagradables. Lo que en Spanish Harlem o en el Lower East Side es pobreza pero que deja lugar a la alegría, en México es miseria que deforma los rasgos, aproximándolos a los grabados de Goya.

Me cabreó bastante, no sé si culpar a la fotógrafa o al curador de la exposición, porque me imagino cierta intencionalidad: ¿qué pasa, en Nueva York no hay gestos horribles, borrachos que dormitan en un portal tras haberse vomitado encima? ¿en México los niños no ríen, se suben a los árboles, se admiran ante unas pompas de jabón? Probablemente se trate de un exceso de celo por mi parte, por lo que vuelvo a una de mis fotografías favoritas: cómo improvisar un baile, en plena calle.


Helen Levitt. New York, circa 1940.