14 de octubre de 2012

De la confianza

Nota: nada que ver con "La marca España" y sandeces asociadas.


Bruce Schneier
Liars & Outliers. Enabling the trust that society needs to thrive.
(Mentirosos y excéntricos. Haciendo posible la confianza que la sociedad necesita para prosperar)

John Wiley & Sons Inc., Indianapolis, USA, 2012
366 páginas

Desde que en un giro más o menos calculado a mi retorcida trayectoria profesional (sobre la que prefiero no entrar en este blog) presté más atención a la hirsuta disciplina de la seguridad informática, sigo con interés las opiniones de Bruce Schneier, una eminencia en el área. Me gusta sobre todo su franqueza a la hora de distinguir entre las políticas y medidas que realmente aumentan la seguridad con las que, frecuentemente mucho más costosas, tan sólo son una exhibición de cara a la galería. Un ejemplo notorio, las medidas que las histéricas democracias occidentales infligen a su población con la excusa del terrorismo: desproporcionadas, caras, molestas y muy poco efectivas, consistiendo más bien en un "teatro de seguridad" al que nos obligan a participar cada vez que queremos subirnos a un avión.
Cuando anunció la publicación de un libro sobre el papel de la confianza en las sociedades humanas y los mecanismos que la respaldan, no necesitó más para despertar mi interés.Cuando mi ejemplar llegó a casa, tapa dura, sobriamente compuesto por una editorial de libros de texto, me dije: hombre, por fin vamos a leer un libro serio.

La tesis principal del libro es sencilla de entender pero potente: nuestras sociedades están basadas en la confianza. Confiamos en que el tendero no nos venderá pan envenenado, y éste en que, en vez de salir corriendo con el pan, le pagaremos con un papelito de colores que a su vez será aceptado por una enorme y lejana compañía que ha llenado el país de centrales y cables para que el señor tendero pueda disfrutar de su telebasura favorita a cualquier hora del día y de la noche. La confianza no se limita a las transacciones comerciales: también confiamos en que los coches pararán al llegar al semáforo en rojo, permitiendo que crucemos la calle, en lugar de atropellarnos, mangarnos la cartera y el iPhone y acelerar entre carcajadas; en que ese vecino de metro noventa y 120 kilos, en lugar de darnos un estacazo al cruzarse la escalera y arrebatarnos, cómo no, la cartera, ese iPhone que ha sobrevivido a tantos cruces de calles y los Ensayos de Montaigne que llevamos ocultos en unas guardas de Dan Brown para no parecer demasiado rarunos, afablemente responderá a nuestro saludo.
Al escribir estas chorradas se me hace evidente, una vez más, lo que hemos tenido que luchar contra nuestros instintos para que la sociedad funcione en lugar de degradarse al infierno hobbesiano de todos contra todos. Liars & Outliers cuenta el divertido ejemplo de nuestros primos los babuinos, incapaces de cazar en grupo debido a la tendencia a atizarse entre ellos en cuanto la presa parece segura, dejando al tembloroso antílope vivir un día más.

Aplicación práctica de las presiones sociales.
Viena, septiembre de 2012

El lector se estremecerá al enterarse de que desde que Pandora abrió esa maldita caja, en toda sociedad hay parásitos, "halcones" los llama Schneier frente a las "palomas" buenecitas, que prefieren aprovecharse de la situación y traicionar la confianza de los demás, apropiándose de lo ajeno, mintiendo, incumpliendo contratos, etc.; he llegado a oír que en algunos países incluso olvidando recientes promesas electorales. Siempre habrá algún aprovechadete, ni las sociedades más totalitarias han sido capaces de erradicarlos -de hecho, suelen tolerarlos cuando les conviene, pero eso se cargaría el razonamiento, así que haremos como el tío Bruce y lo pasaremos por alto-; si los halcones llegan a ser dominantes, las palomas se cansarán de hacer el primo y la sociedad mutará hacia algo bastante más desagradable: Europa en el siglo VI, Somalia, ¿España 2020?.

Para evitar que esto ocurra, y como explicación de por qué los ejemplos anteriores son la excepción y no la norma, las sociedades tienen mecanismos para protegerse e incitar al cumplimiento de las reglas, con distintos ámbitos de aplicación: presiones morales, reputacionales e institucionales, con los sistemas de seguridad tapando las grietas que dejan los anteriores.

Como pueden comprobar, un tema de lo más interesante per se y como introducción a algunos aspectos de sociología política, como la Teoría de Juegos. Liars & Outliers lo desarrolla en cuatro grandes bloques, comenzando con un ligero barniz sobre las ciencias sociales que estudian la confianza, introduciendo varios "dilemas" frecuentemente citados: el del prisionero, la 'tragedia de los comunes', etc. El segundo bloque desarrolla un modelo sobre los mecanismos sociales para asegurar la confianza, luego pasa a comentar aplicaciones en el mundo real y sus complicaciones en la tercera parte, para finalizar con unas conclusiones donde se analizan los nuevos desafíos causados por las tecnologías que han ampliado, globalizándolo, el ámbito de aplicación de los mecanismos anteriores.

Con todo lo que llevo escrito, bastante más de lo que acostumbro, pueden pensar que se trata de un libro de lo más absorbente, y desde luego el tema tratado lo es, pero tengo que decir que Liars & Outliers me ha decepcionado. A pesar de ser más bien corto (unas 250 páginas si excluimos notas, referencias e índice) y atraerme la temática, me ha costado cierto esfuerzo llegar hasta el final. Es sumamente repetitivo, pues una vez presentada la tesis principal, más que profundizar en ella se dedica a exponerla una y otra vez, usando un lenguaje demasiado prudente -cogiéndosela con papel de fumar, que dirían algunos- y unos diagramas explicativos de "dilemas sociales" que no hacen más que reiterar lo ya explicado en el texto. La decisión de colocar las notas al final del volumen, en lugar de a pie de página, entorpece la lectura, además de que muchas de ellas se podrían haber incluido en el texto principal si el autor se hubiera tomado la molestia de alterar un poco la redacción.

En resumen, una pena, pues podía haber dado mucho más de sí. Me quedo con la metodología para analizar dilemas sociales (si yo fuera X, ¿colaboraría o haría trampa?; incentivos y presiones) y con la conclusión, tan ingenieril, de que siempre habrá una proporción de tramposos y gorrones, pues la eliminación absoluta de esas actitudes resultará más costosa que los daños provocados, además de que muchas veces son el germen que acaba produciendo cambios sociales: no olvidemos que hace 150 años las huelgas eran consideradas motines, y hace 50 los negros americanos no podían sentarse en cualquier asiento del autobús.

26 de agosto de 2012

Franzen, again

Jonathan Franzen
The Corrections (Las correcciones)

Fourth State/Harper Collins, London, 2010
First published in 2001

653 páginas



Me gustó tanto Freedom, que no tardé en hacerme con la otra novela de éxito de Jonathan Franzen, escrita diez años antes y muy alabada por todos. Tardé algo más en leerla: para embarcarme en la lectura y digestión de un tocho tan voluminoso hace falta una motivación consistente, conseguida a base de verlo durante meses en mi diminuta estantería. Una vez empezado, el propio libro se encarga de atrapar al lector en su ritmo y en la peripecia de sus personajes, para que la lectura vaya adquiriendo velocidad y se convierta en una actividad prioritaria durante unas semanas.

Hay muchísimas similitudes entre The Corrections y Freedom: estructura, temática, extensión... se diría que Franzen ha dado con una fórmula con la que él, y su público, se encuentran cómodos. En esta ocasión, también todo gira en torno a la historia de una familia del Medio Oeste, los Lambert. Matrimonio del viejo estilo de los años de vacas gordas del Imperio, él ingeniero en los ferrocarriles, estricto y poco dado a efusiones sentimentales, y ella ama de casa empeñada en hacer de la vida de su familia un tópico continuo. Tienen tres hijos, quienes se largan a la disoluta costa Este no bien tienen oportunidad, siguen carreras muy distintas tanto en contenido como en el éxito alcanzado, pero tienen en común una vida sentimental calificable de desastrosa; la novela no escatima espacio en caracterizarles.

Tokio, marzo 2012

The Corrections, al igual que Freedom, está dividida en largos capítulos, cada uno de ellos centrado en las andanzas de uno de los miembros de la familia Lambert, y siempre utilizando la figura del narrador omnisciente. A pesar de su extensión, cuenta con un ritmo ágil que la hace fácil de leer. El lenguaje, sin ser en exceso preciosista, es lo bastante rico para que el lector sienta que está haciendo un uso juicioso de su tiempo y se pueda deleitar con muchos párrafos; el tono de la narración se adapta a menudo al estado mental de los personajes -confusión, exasperación, derrota... pocas veces euforia o simple alivio-. Un ejemplo: la descripción de una tarde en casa de los Lambert, cuando los niños todavía eran pequeños, y la larga tortura que para uno de ellos supone no comerse las verduras de la cena, mientras los padres mantienen otra batalla de su larga guerra de voluntades y silencios, son unas decenas de páginas casi perfectas

Concluyendo: no sólo no me arrepiento de las horas empleadas en devorar The Corrections, sino que la recomiendo sin reservas. Esperemos que la traducción al español esté a la altura.

4 de agosto de 2012

Hopper

Museo Thyssen-Bornemisza. Del 12 de junio al 16 de septiembre de 2012. Web de la exposición.

Afirmaciones:

  1. Hopper está demasiado visto.
  2. No es cool, todo el mundo conoce al menos un par de cuadros.
  3. Es un tema favorito de columnista de periódico en su día flojo.
  4. Los extorsionantes ¡diez euracos! de la entrada.
  5. El historial delictivo del Thyssen en cuanto a exposiciones-timo muy anunciadas y muy caras, pero que sólo tienen cuatro obras del artista gancho y algo de morralla para hacer bulto (otro ejemplo: la de Rafael en el Prado. Ahórrensela. De nada).

A pesar de todo lo expuesto arriba, recomiendo visitar la exposición. Hay una buena cantidad de obras, entre ellas varias de las más famosas, y nada como estar delante de las pinturas como para apreciar cómo logra transmitir desolación aunque utilice una iluminación tan brillante y horizontal, yo diría que nórdica. La sensación de que el espacio siempre puede a los personajes es brutal, sobre todo en las composiciones del teatro vacío con sólo dos o tres espectadores.

Apartment Houses, 1923. Me encanta el punto de vista elegido para este cuadro, que hace parecer los pisos como jaulas o cajas de zapatos donde se afanan sus habitantes. Como de costumbre, la reproducción no le hace justicia.


En cuanto al salvaje precio de la entrada, qué le vamos a hacer. Sean listos y no compren nada en la tienda (40 euros por un catálogo, vamos hombre, ni que estuviéramos en el año 2006), o mejor aún, hagan como nuestros queridos próceres y róbenlo.

30 de julio de 2012

Cómo se hizo... el Kalashnikov

C. J. Chivers
The Gun (El fusil)


Simon & Schuster, New York, 2010
496 páginas


Hace una temporada, durante la guerra civil libia, me llamaron la atención los reportajes que un tal C. J. Chivers escribía para el New York Times. Estudiaba minuciosamente las armas que tan torpemente usaban los rebeldes, los fragmentos de munición, las cajas de los suministros y otras pistas, y muy cuidadosamente iba sacando conclusiones sobre el origen del armamento: compras de Gadafi, saqueos de sus arsenales, contrabando de armas... Leyéndole, se notaba que el autor sabía de lo que escribía, esperaba a reunir indicios antes de aventurar hipótesis, y era capaz de analizar las posibles consecuencias de, por ejemplo, el saqueo de un arsenal por una turba de irregulares, a partir del cual nadie se atreve a asegurar que esos misiles portátiles tierra-aire no se terminen usando contra un avión de pasajeros.
Tardé poco en suscribirme a su blog, y, cuanto supe que tenía un libro publicado, me hice con él.

Hoy en día debe de ser muy raro encontrar a alguien que no sepa lo que es un Kalashnikov, y si no, el artículo de la Wikipedia lo describe de maravilla, como siempre que se trata de cosas para matar gente. Muchos incluso sabíamos que también se llama 'AK-47', y somos capaces de tararear la famosa canción de Goran Bregovic que suena durante la etílica boda del principio de la película "Underground", anacronismos aparte. Pero de ahí a ser conscientes de la enorme importancia que ha tenido ese arma en las últimas décadas hay un buen trecho.

Como no abundan en mi archivo las imágenes de armas de fuego, ni siquiera unos cargadores de nada, planto aquí a otro adelantado a su tiempo: Giordano Bruno, en el sitio donde le quemaron. Roma, julio de 2007.


'The Gun' comienza haciendo un paralelismo entre dos armas, desarrolladas más o menos simultáneamente -a finales de la década de 1940- y en el mismo país, la Unión Soviética. Una, la bomba atómica, supuso una tremenda carrera armamentística, la tranquilizadora estrategia de destrucción mutua asegurada y paranoia para dar y tomar, pero no se llegó a usar (no, señora, los rusos nunca tiraron bombas atómicas a nadie, cosa que "los buenos" no pueden decir). La otra pasó desapercibida al principio, pero se ha convertido en el arma más popular, y que más gente se ha cargado, desde los años 50 hasta nuestros días, y lo que le queda.

Tras un par de capítulos dedicados a la invención y puesta en producción de las armas automáticas (cortesía de los señores Gatling y Maxim) y los cambios tácticos que provocaron tras la carnicería de la I Guerra Mundial, Chivers se detiene en la biografía de Mijail Kalashnikov, uno de los típicos santos laicos de la URSS, y en el proceso de diseño de un fusil automático basado en el Sturmgewehr de los alemanes, que usaba una munición más ligera que la típica de fusil. Emplea bastante espacio en explicar las decisiones técnicas y los compromisos de diseño entre los distintos requisitos: ligereza, fiabilidad, pero también potencia de fuego y facilidad de uso, pero sin hacerse pesado, y resulta imprescindible para comprender el éxito del invento. Amigos ingenieros: desarrollo de producto con recursos casi ilimitados, ¡vaya chollo!, eso sí, si lo haces mal o cabreas al comisario, al Gulag.

Posteriormente describe la participación del AK-47 en los distintos episodios de la Guerra Fría, pero donde más se extiende es en su primer enfrentamiento con el verdadero enemigo: la guerra de Vietnam, en la que los soldados norteamericanos tuvieron que arreglárselas con un fusil de asalto muy inferior, el M-16, que tenía la mala costumbre de atascarse y dejarles tirados frente a los charlies. Chivers, ex-Marine él, cuenta los pormenores del lamentable -y corrupto- proceso de selección de armamentos, y cómo la reacción de los mandos ante las quejas de la tropa era la típica: "no los limpiáis bien" (extrapólese a cualquier organización en la que haya jefes y currantes). Hizo falta que un teniente sacrificara su carrera, escribiendo a congresistas y periódicos, para que se tomaran medidas, pero para entonces la guerra ya estaba ganada... o perdida, depende desde dónde miremos.

Tras Vietnam, y Afganistán, llega el colapso del sistema comunista, cuyos países habían acumulado arsenales gigantescos de Kalashnikovs (en algunos casos tocaban a cien por soldado) que, debidamente saqueados por la mala calaña habitual, acabaron en manos de guerrilleros, terroristas, niños soldados, fanáticos y criminales en general, que se pusieron a utilizarlo con entusiasmo: Armenia, África, Yugoslavia, África, Chechenia, África, etc, África. Dada la longevidad de este gran diseño, es de temer que se seguirá utilizando durante mucho tiempo. Sobre todo, en África.

'The Gun' es el típico producto de periodismo de investigación muy bien llevado: datos bien presentados, narración fluida -en este caso ayudada por la vida y milagros del señor Kalashnikov-, y respeto por el lector, dejando muy claro qué partes son hechos contrastados, y qué otras son falsedades o, al haber testimonios contradictorios, imposibles de determinar.
Muy recomendable. El autor entra a formar parte de mi pequeño altarcete del periodismo.



26 de julio de 2012

Por los dominios de la Abadía de Lebanza

En los primeros tiempos de la Reconquista, los valles lebaniegos y los de la vertiente sur eran un microcosmos de pueblos, dominios nobles, monasterios y demás microorganismos de los que aparecen en cualquier charca, por poco alimento y calorcillo que reciban. Uno de ellos fue la Abadía de Lebanza, de origen mozárabe y esplendor en la Alta Edad Media, que tuvo la desgracia de encontrarse con dinero en el siglo XVIII, por lo que en lugar de un fantástico claustro románico lo que hay es un caserón de nulo interés. Pero a su lado corre un arroyuelo dulzón, inicio de nuestra ruta.

Esta excursión fue tan sosa que ni saqué la cámara de la mochila, así que aquí tenemos un cardo azul con maripositas, del día de Valdecebollas.


Buscábamos algo corto, porque sólo disponíamos de media jornada, y esta ruta circular se adecuaba a nuestros exigentes requisitos. Además, tras las palizas de los días anteriores, los cuerpos empezaban a protestar. A causa de la clásica confusión inicial -salir pitando por el primer camino en lugar de detenerse a mirar el mapa- hicimos la ruta al revés que en la descripción del tantas veces citado libro, lo cual se reveló un acierto, pues el único tramo con algo de sombra quedó para el caluroso mediodía. En mi opinión, habría sido preferible una ruta lineal: subida al monte Carazo siguiendo el curso del Arroyo de la Abadía, prescindiendo de tanta loma pelada para cerrar el círculo. En resumen, una ruta sencilla y corta, sin nada que destacar.


El pescozón de hoy al autor de la guía excursionista, por meternos una y otra vez por laderas cubiertas de escobas, enebros y diverso material espinoso y vengativo que nos vimos obligados a atravesar, sin anestesia.


El recorrido. La parte más decente, la rama Norte del camino.




Datos medidos con el GPS:

  • Distancia recorrida: 10,5 km
  • Tiempo en movimiento: 3h 17'
  • Tiempo parados: 1h 22'
  • Desnivel acumulado: 740 m

Perfil sin mucha complicación, subir y bajar, como viene siendo la norma.

Rozando el cielo en el pico de las Lomas

En la cabecera del valle de los Cardaños se encuentra la Poza de las Lomas, la típica laguna/estany/ibón  que suele ocupar el centro de un circo glaciar de alta montaña. En este caso, no sólo rebosa de agua fresquita, sino que además el circo es espectacular: las Agujas de Cardaño, el Mojón de las Tres Provincias... y el Pico de las Lomas (2458 m), destino de esta excursión.

Uno de mis compañeros de expedición cruzando la laguna en dirección a las Agujas de Cardaño.

Como en la fábula de la virtud, desde el pueblo de Cardaño de Arriba salen dos caminos: el ancho y fácil, que sube por la garganta hasta la laguna, y el estrecho y difícil, que tras una subida criminal alcanza la línea de cumbres y sube y baja por ellas hasta llegar al Pico de las Lomas, desde donde se disfruta de unas vistas impresionantes: los Picos de Europa, el Espigüete, y las mismas Agujas de Cardaño, pero desde arriba. Quitando el esfuerzo que requiere el desnivel, no presenta gran dificultad, pues es una montaña civilizada y pizarrosa, sin riscos dignos de mención.

Al bajar, ignoramos la ruta torpemente descrita en el libro y bajamos un poco más al Este, para poder hacer un alto en la laguna. La bajada es quizás la parte más delicada de la excursión, sobre todo en los tramos de piedras sueltas, pero manteniendo un mínimo de cuidado y tratando siempre de bajar por la zona de mínima pendiente, es fácil llegar de una pieza y disfrutar del premio: un bañito, más que refrescante, congelador. Y saludar a la fauna del lugar: sapos, renacuajos enormes y el famoso tritón palentino. A partir de ahí, volvemos por el ancho camino del vicio, contentos por haber disfrutado de tan hermoso paseo, habiendo visto a las águilas desde arriba.

El camino recorrido. Lo peor, ese zigzagueo desesperado hasta alcanzar el Pico de las Guadañas, quemando todas las energías disponibles.

Datos medidos con el GPS:

  • Distancia recorrida: 17,3 km
  • Tiempo en movimiento: 5h 25'
  • Tiempo parados: 3h 49' (se nota que hubo baño)
  • Desnivel acumulado: 1227 m

El perfil, bastante brutal, como cabía esperar.

Cruzando el desierto: de Lores al pico Lezna

Aquí nos la jugó el famoso libro. Cita textual, página 61:

Esta ruta es una de las de mayor sensibilidad ambiental de las que vamos a recorrer; veremos zonas boscosas con mucha vida

Si algo caracteriza a esta ruta es la desolación, causada por la erradicación de todo árbol y la sobreexplotación ganadera de los pastos de altura. Tan sólo se ve arbolado al principio, precisamente en la ladera contraria al camino que debemos tomar; vamos subiendo hasta el collado Gerino, y al cruzarlo nos daremos cuenta de hasta qué punto está degradado el paisaje: lo que en el pasado fueron bosques, son unos pastos ralos y polvorientos, mucho más un año de sequía como éste. Vacas por todas partes, algo que me hace pensar que, si los habitantes son mínimamente parecidos a los de mi tierra, ambos fenómenos probablemente estén relacionados.

Al coronar el collado más o menos a la mitad, se me cae el alma a los pies. El pico Lezna es el que aparece en el centro de la foto, el Curavacas a la izquierda.


Es un paseo duro por su longitud, y se hace aburrido por lo expuesto anteriormente; solamente al llegar al último tramo y ascender al Lezna, nombre absurdo para una montaña más bien redondita, se pone la cosa interesante, pues los 600 metros de subida se concentran en unos pocos kilómetros. La subida es sencilla, porque se trata de una montaña sorprendente para alguien acostumbrado al granito: ¡está hecha de cantos rodados! Apostaría que, antes de ser montaña, eso estaba al fondo de algo. Una vez arriba, vistas fetén: los Picos de Europa, Peña Prieta, y, muy cerquita, el Curavacas, un pico de los que meten el temor de Dios en las almas más pecadoras.

La vuelta se convierte en una verdadera penitencia y en un experimento práctico: ¿cumplirá la crema solar lo que promete en la etiqueta, o vamos directos a Urgencias? Cumplió. En resumen: ruta no apta para el verano, probablemente con nieve sea una cosa muy distinta.

La larguísima caminata, siempre en dirección oeste. Click para ampliar.

Datos medidos con el GPS:
  • Distancia recorrida: 22,7 km
  • Tiempo en movimiento: 5h 57'
  • Tiempo parados: 2h 25'
  • Desnivel acumulado: 1132 m

El perfil ha salido un tanto comprimido, es necesario fijarse bien en el eje X para hacerse una idea de las eternas distancias.






Como Johnny Juerga... desde el refugio del Golobar, a las fuentes del Pisuerga

La ruta "normal" para llegar hasta la Cueva del Cobre, una fría y enorme gruta donde se supone que nace el río Pisuerga, parte de Santa María de Redondo, está bien señalizada y tiene unos 400 m de desnivel. Nosotros llegamos desde el lado contrario, el oeste, dando antes un amplio pero hermoso rodeo.

Se parte de un enorme refugio abandonado llamado "El Golobar", en la cota 1800, y tras una subida sin ninguna dificultad llegamos al pico Valdecebollas (2143 m). A partir de ahí, hay que buscarse la vida, bajando hasta un collado en el que giraremos hacia el norte. Por suerte, no hay casi maleza, y cuando la cosa se va poniendo complicada, aparecen unas roderas que se convierten en camino, el cual nos lleva al Pisuerga, en aquel lugar arroyuelo saltarín, ideal para comer con los pies en remojo.

Echando la vista atrás al terminar la primera subida, eso que brilla es el tejado del refugio. Todo es asín de rebonico.


Remontamos el río hasta su nacimiento en la Cueva del Cobre, siguiendo una senda que se une a la oficial, un sendero PR [Pequeño Recorrido] que termina a la entrada de la cueva. A partir de ahí, cuando el regreso se convierte en un cómodo paseo cuesta abajo para los del PR, para nosotros se convierte en un penadero cuesta arriba a través de una maleza que muerde y araña, aunque a partir de las lagunas del Sel de la Fuente pudimos seguir una serie de hitos bastante más útiles que este libro. Desde las lagunas seguimos subiendo hasta topar con una cerca espinosa que separa Castilla de Cantabria; siguiéndola, volvemos a la base del Valdecebollas y de ahí al punto de partida.

Aunque tiene cierta exigencia física por el desnivel, es un paseo de lo más agradable que combina montaña, bosque y hasta una cueva, con vistas a distintas vertientes: muy recomendable. No hace falta escalar ni hacer nada raro.

Datos medidos con el GPS:

  • Distancia recorrida: 15,7 km
  • Tiempo en movimiento: 4h 44'
  • Tiempo parados: 3h 03'
  • Desnivel acumulado: 1103 m

El recorrido, circular salvo la subida desde el refugio hasta la cuerda de cumbres. Pulsar en la imagen para ampliar.

El desnivel es el calculado por Endomondo, concuerda bastante con el calculado a mano.
El perfil es de los que conviene haber desayunado fuerte. Pero superpuesto al mapa da una ruta de lo más entretenida.


25 de julio de 2012

Guía de una realidad alternativa

Javier García
Montaña cántabro-palentina
Alpina, Granollers 2006
104 páginas

Cuando uno está preparando una excursión por una zona que no conoce, lo normal es documentarse lo mejor posible, elegir unas rutas (suave para el primer día, más duras los siguientes, corta para la mañana del día de vuelta) y trajinar con el GPS y los mapas del sigpac para saber lo que nos espera y perdernos lo menos posible. Este librillo de Javier García parecía lo que el doctor nos recetó: 14 rutas para elegir, además de los clásicos capitulillos introductorios que añaden peso a la mochila.
Elegimos cuatro rutas y las pusimos en práctica; serán reseñadas en este mismo blog.

Una vez cotejadas las descripciones del libro con la realidad, nos quedó clara su única utilidad: fuente de ideas para decidir las rutas, con unos mapas aproximados para dibujarlas con detenimiento sobre  mapas topográficos. Las descripciones, demasiado cortas, llenas de detalles irrelevantes (sobre el pueblo de partida, por ejemplo), pero carentes de la información que de verdad es aprovechable: en qué tramos no hay ni un maldito sendero, épocas del año en que no es recomendable ir, etc. Es para sospechar que alguna que otra vez se ha limitado a acercarse con el coche, asomarse al primer kilómetro, y vuelta al bar a describir el camino.

27 de mayo de 2012

El Reino de Hierro

Cristopher Clark
Iron Kingdom: The Rise and Downfall of Prussia 1600-1947
(El Reino de Hierro: auge y caída de Prusia, 1600-1947)

Penguin Books, London 2007. 
777 págs.


Hay gente que disfruta leyendo novelas de fantasía, pobladas de elfos, trasgos y algún dragón que otro. Suelen ser colecciones de muchos volúmenes, pentalogías o aún mayores, acompañadas a veces de apéndices explicativos de los mitos fundacionales del mundo de X o de las genealogías de las dinastías reinantes, desde que los dioses mandaron a los hombres, de una patada en las posaderas, a poblar el mundo y llenarlo de crímenes. "Crea una mitología completísima", dicen ante mi asombro de que sean capaces de deglutir tantos miles de páginas -menos mal que la digestión es ligera, el nivel de la prosa es "mi mamá me mima"-, sin reparar en que, en el mejor de los casos, ese mundo de fanasía no es más que un refrito de la mitología germánica, metiendo un par de sagas nórdicas para mayor alimento.

Líbreme Tor de censurar esa fuente de entretenimiento; sin embargo, yo prefiero obtener mi dosis de aventuras de los libros de historia. Tropecé con una recomendación de "Iron Kingdom", creo que en The Economist, me hice con la edición en tapa blanda, y, tras un par de meses de lectura intermitente, misión cumplida.
Cuenta la historia del Reino de Prusia, desde los tiempos en que los Hohenzollern se hicieron con la Marca de Brandenburgo y la unieron a su colección de herencias y adquisiciones varias. Hay muchas guerras, tribulaciones que estuvieron a punto de hacerlo desaparecer y también algún rey decente (o, en este caso, Gran Elector), que dictó leyes sabias, saneó la economía y fortaleció el ejército, dejándolo preparado para vencer a orcos, trolls y demás tribus hostiles.

La diferencia con la fantasía está fundamentalmente en la existencia de contexto: unas coordenadas geográficas, riquezas naturales (en este caso, más bien ausencia de), juegos diplomáticos y alianzas en los que el aficionado puede profundizar según desee, consultando bibliografía o incluso haciendo un viajecito a ver los escenarios donde los hechos fundamentales tuvieron lugar. Christopher Clark consigue que una historia detallada de un país que no tiene por qué importarnos demasiado capture nuestra atención, incluyendo factores tan poco atractivos a priori como por ejemplo las querellas social-religiosas entre luteranos, calvinistas y pietistas.

Un prusiano de pro: Alexander von Humboldt, científico, hermano de Wilhelm, responsable de crear el mejor sistema universitario del mundo (imitado, entre otros, por Estados Unidos).
Berlín, mayo de 2008

Se puede comprobar, una vez más, que los hombres (y los reinos) no somos tan distintos y que no hemos cambiado tanto a lo largo delos siglos: cómo un rey imbécil puede desbaratar los avances conseguidos durante generaciones, las políticas dinásticas destruir un país, y lo poco que duran las épocas de esplendor.

"Iron Kingdom" me ha dejado muy satisfecho. Hubiera preferido algo más de extensión en el período 1890-1920, años cruciales para entender cómo un reino tenido por culto e ilustrado se transformó en la encarnación del militarismo y conservadurismo más rancios, entrando en una espiral de locura y crímenes que supuso su desaparición.
Algo que Clark hace muy bien es distinguir claramente Prusia de Alemania, sobre todo en los años posteriores a la unificación del país, muy útil para los que, habiendo consumido una versión bastante simplificada de la Historia, siempre hemos visto la una como el germen de la otra.

11 de marzo de 2012

Canal Bajo de Madrid

A mediados del siglo XIX, el abastecimiento de agua de la capital de España seguía el modelo medieval: unas cuantas fuentes, unos aguadores repartiendo agua, y todos a hacer cola y a enfermar de la plaga de la temporada. El siempre benemérito Estado, viendo la pinta que tomaba la cosa (huelga decir que fuera de Madrid no miraban mucho), decidió pulirse los millones en construir una buena traída de aguas. Llamaron al proyecto "Canal de Isabel II", por el bicho malo que reinaba por entonces, y hay que decir que algo debieron de hacer bien, porque el agua del grifo está mejor que la mayoría de las aguas minerales. Claro que ahora otro bicho lo quiere privatizar... en fin, no quiero emporcar el blog con esas mierdas.

Un efecto secundario es que dejaron la sierra N y E de Madrid llena de embalses, canales, acueductos, sifones, almenaras y demás obras, que, con el paso de los años y gracias a que son anteriores al hormigón armado, adornan un poquillo el paisaje.

El paseo de hoy está sacado del blog de mi amigo Juande, y está indicado para el típico domingo vago en que no apetece ni madrugar, ni pasar demasiado tiempo en el coche, ni subir grandes cuestas: se ventila en dos horas, se contempla un bonito paisaje, y a casa a comer.

 Foto resumen de la etapa: la tubería doble, que viene del Acueducto de Malacuera y de la lejana sierra. Marzo de 2012.

El recorrido, sencillote, comienza y termina en las afueras de El Espartal, una aldea a unos 45 km de Madrid. El punto de comienzo y final es fácil de encontrar: uno de los acueductos del Canal, construido en 1852. Subimos por una garganta hasta llegar al camino de servicio del Canal del Atazar, seguimos un rato por él hasta el Sifón de Aldehuela, y luego bajamos al lado del Canal Bajo de Madrid, con sus acueductos y tuberías.

Datos medidos con el GPS:
  • Distancia recorrida: 8,54 km
  • Tiempo en movimiento: 1h 40'
  • Tiempo parados: 28' 08''


El recorrido, superpuesto a la foto de satélite de Google Earth. Se puede ver hasta la sombra que hace el acueducto

El perfil tiende hacia la insignificancia: 129 metros de desnivel

Para terminar, un detalle de la tornillería que consigue que llegue un agua tan rica hasta mi grifo...

Marzo de 2012

7 de marzo de 2012

De Arbúcies a Santa Fe del Montseny

Como entrenamiento espiritual antes de iniciar esa penitencia que es el Mobile World Congress, un servidor y su hermano decidieron abandonar su escondite barcelonés y respirar un poco de aire puro.

Una de las muchas ventajas que tiene Barcelona es que está rodeada de sierras, montes y montañas, por lo que no faltan sitios hermosos para pasear. En este caso optamos por una ruta con bastante desnivel pero suave, y siempre por un bosque que iba cambiando de especie dominante: alcornoques, robles, hayas, abetos, con algún castaño y acebo para dar mayor variedad.

Partiendo del pueblo de Arbúcies, en la ladera norte del macizo del Montseny, subimos por un sendero muy bien señalizado con las marcas amarillas y blancas propias de un PR (Pequeño Recorrido), colocadas en estacas que se veían muy nuevas. El sendero llega hasta Santa Fe del Montseny, un grupo de edificios de piedra entre los que se encuentra un antiguo hotel de cazadores. También llega la carretera, por lo que tras varias horas de soledad y silencio uno se encuentra la típica acumulación de domingueros; no preocuparse demasiado, ya que casi todos prefieren seguir una mini-ruta hasta el pantano de Santa Fe, dejando tranquilo el camino de Arbúcies.

Tras zamparnos un par de reconfortantes butifarras, acompañadas de pan amb tomàquet y un vaso de tinto, emprendimos el camino de vuelta, un tranquilo paseo cuesta abajo por un bosque por el que se filtraba un agradable sol de invierno.

Datos medidos con el GPS:

  • Distancia recorrida: 20,17 km
  • Tiempo en movimiento: 4h 51'
  • Tiempo parados: 1h 10'


La ruta, sobre Google Maps. El camino de vuelta es el mismo que el de ida, salvo pérdida de señal o rápido atajo.


Perfil de la etapa: totalmente simétrico, como corresponde. El desnivel es considerable: 960 metros

8 de enero de 2012

Periodistas

En estos tiempos de crisis de la prensa escrita, yo cada vez leo más: me suscribo a revistas, exprimo el Google Reader, y últimamente, gracias a la combinación entre Longform y el Instapaper, me pego el gustazo de devorar lo mejorcito de la prensa internacional. Eso sí, leo muy pocos diarios, sobre todo los españoles: esa combinación de no-noticias, escritura chapucera, veneración monárquica y sectarismo de uno al otro confín me tienen muy harto. Mi género favorito son los artículos de larga extensión, bien investigados y contrastados y con una calidad resultado del filtro puesto por un editor exigente: The New Yorker es la referencia, aunque hay mucho más por ahí. Como uno no se puede suscribir a todo, más por tiempo que por dinero, conviene tener un par de criterios primero para encontrar material, y luego para decidir qué leer.

Para lo primero, además de un par de revistas de referencia, está Longform: un sitio web que se encarga de publicar enlaces a artículos largos... justo lo que estaba buscando. Combinándolo con aplicaciones de lectura offline como Instapaper, no se puede hacer más cómodo y agradable.

Para lo segundo es muy útil tener una lista de periodistas a los que seguir. En lugar de fiarnos de recomendaciones hinchadas (esos "mitos" cantamañanas propios de país aislado y atrasado) podemos leer su trabajo y juzgarlo por nosotros mismos, y hay algunos realmente fuera de serie. Esta es mi lista particular:

  • Jon Lee Anderson: hace algunos años, en un kiosko de aeropuerto compré su libro The Fall of Baghdad. Desde entonces, devoro todo lo que escribe, sobre todo en The New Yorker. Un corresponsal de guerra que investiga en los orígenes de los conflictos para que sus lectores podamos tener un poco de conocimiento de lo que se cuece por debajo de tanta memez estilo "corresponsal empotrado" y "efecto colateral".
  • James Fallows: escribe en The Atlantic desde hace décadas. Muy buenas sus crónicas desde Extremo Oriente (ha vivido muchos años en China y Japón), y muy sana su animadversión por la falsa equivalencia tan cómoda, y tan de moda últimamente (unos dicen mil manifestantes, otros un millón, y yo no me molesto en contarlos).
  • John Jeremiah Sullivan: no comprendo cómo ha podido pasar tanto tiempo sin que cayera en mis manos nada de este hombre. Gracias a esta página de Greatest Hits, he podido disfrutar de unas crónicas en las que el periodista se implica con los protagonistas, llegando a unos resultados frecuentemente opuestos a los prejuicios iniciales. El fin de semana que pasé devorando sus artículos me dio la idea de escribir esta lista, para compartir tanto buen hallazgo. 
  • John McPhee: probablemente el culpable de que me entrase la fiebre por el reportaje larga duración. Su crónica de un tren de carbón cruzando Estados Unidos (disponible aquí para los suscriptores: suscríbanse, vale la pena) fue mi primer contacto con esta clase de escritura, aunque como reportaje mítico, el que escribió sobre la marina mercante: en tres partes, de extensión similar a un libro mediano, y de lectura obligatoria para todo aquel que, viviendo tierra adentro, tiene algo de interés por el transporte marítimo.
  • Robert Fisk: periodista británico, escribe en The Independent y es un archifamoso corresponsal en Oriente Medio, donde lleva más de treinta años. Al contrario de la mayoría de sus congéneres, en lugar de la simplificación "Irán = los malos", tiende a hacer un rápido recuento de las putadas que los ingleses han infligido a ese desgraciado país. 
  • Enric González: actualmente escribe en El País, para quienes ha sido corresponsal en medio mundo, aunque yo empecé a fijarme en su firma cuando escribía una columna de crítica de televisión donde hablaba de todo, también de la tele. Un ejemplo, escrito justo antes de que le desterraran a Beirut.
  • Michael Lewis: autor de grandes reportajes, por lo largo y por lo bueno, en Vanity Fair. Para saber por qué me gusta tanto, no hay más que invertir media hora en leer su crónica del desastre financiero islandés.
  • William Langewiesche: la lectura de The World in its Extreme, un largo y magnífico reportaje sobre el Sahara, bastó para convencerme de que vale la pena seguirle. Durante muchos años en The Atlantic, ahora es corresponsal internacional para Vanity Fair, buenas revistas ambas. Una larga lista de lecturas bien enlazadas para un cómodo acceso se puede encontrar en la Wikipedia.
  • George Saunders: sobre todo escribe ficción (larguísima lista de relatos en el archivo de The New Yorker) pero cuando encuentro algún reportaje largo lo disfruto por su magistral uso de la ironía. Ejemplo inmejorable: The New Mecca, sobre el Dubai pre-crisis.
  • Joris Luyendijk: antropólogo holandés, se mete a periodista especializado en Oriente Medio, aunque sigue pensando que quizás debería ponerse a estudiar las tribus de Sumatra. Se me hace la boca agua sólo de pensar en este libro, así que a la lista de próximas lecturas que va.
    Le descubrí leyendo su genial blog sobre los trabajadores de la industria financiera en Londres, donde entrevistaba a víctimas y verdugos: un estudio que ya me habría gustado ver en este país tan triste donde habito, periodísticamente hablando.

Roma, septiembre de 2011. Uno de los destinos de Enric González
No voy a perder el tiempo con la lista de inútiles: son muchos, cada vez aparecen más, y bastante pena tienen ya los pobres con lo suyo. Por no hablar de lo difícil que es saber si la culpa es del que firma o del periódico.

Tengo el propósito de actualizar esta entrada según vaya descubriendo periodistas dignos de mención, aunque quede sepultada en las entretelas del blog: en todo caso, quedará como referencia. También se agradecen sugerencias en los comentarios: seguro que mis lectores conocen muchos más periodistas, tan buenos o mejores que los de la lista.