27 de febrero de 2009

La rutina más cruel

Alexander Solzhenitsyn
Un día en la vida de Iván Denisovich

(en ruso: Один день Ивана Денисовича)
Publicado en 1963. La traducción al inglés de H.T. Willets puede leerse aquí.
144 páginas en la edición de Penguin Classics del año 2000.

Para Iván Denisovich Shukhov, un buen día consiste en que no te encierren en el agujero, que a tu cuadrilla no le encarguen trabajar en un lugar especialmente espantoso, que el capataz consiga unos gramos más de pan para cada uno, y en la cena poder engullir ración doble de gachas acuosas.

Así es la vida en un campo de trabajos forzados en la estepa, una de las estaciones de esa pesadilla llamada Gulag donde tantos infelices acabaron sus días. Alexander Solzhenitsyn lo disfrutó entre 1945 y 1953 por la genial ocurrencia de hacer un comentario jocoso sobre "el del bigote" en una carta. Ser capitán del Ejército Rojo en plena invasión de Alemania no le sirvió de nada.

Publicada en la época de desestalinización promovida por Jruschev, "Un día en la vida de Ivan Denisovich" fue un verdadero terremoto que propagó por medio mundo lo que se escondía detrás de la fachada de estrellas rojas y tractoristas sonrientes. Más adelante, Solzhenitsyn siguió plasmando sus experiencias en los tres volúmenes del Archipiélago Gulag hasta que, acabada la paciencia de los líderes de la patria, fue deportado a un Occidente todo lo decadente que se quiera, pero probablemente más cómodo.

Archipiélago Gulag es un extensa recopilación de experiencias; mis impresiones tras leer el primer tomo están recogidas aquí. Es una obra más investigativa que literaria, muy reiterativa, que consigue poner los pelos de punta al lector simplemente a base de apilar casos vividos, construyendo una descripción general del sistema y del proceso aplicado a los infelices que circulaban por él, desde el momento en que los guardias llamaban a casa a las tres de la mañana hasta que, convertidos en despojos humanos, los supervivientes trataban de establecerse en las soledades de Kolimá o en el vertedero de Norilsk.
"Un día en la vida...", por el contrario, opta por el marco opuesto, por el detalle concreto.

Hortaliza, enero de 2009

El título lo dice todo: la novela comienza a las cinco de la mañana, cuando se toca diana a martillazos, y termina a eso de las diez, cuando se apagan las luces. Iván Denisovich, uno de tantos desgraciados condenados a 10 años de trabajos forzados por haber sido prisionero de los alemanes, purga condena en un campo de las estepas de Asia Central. Estamos en invierno, y todos los esfuerzos de los penados se concentran en la pura supervivencia: en la lucha contra el frío y en aumentar como sea la diminuta cantidad de calorías que el sistema les hurta con una elaborada cadena de guardias, matones, ordenanzas y cocineros, cada uno de los cuales se queda con parte de la comida de los presos. También se trabaja; la cuadrilla de Shukhov, dirigida por un capataz hábil en el arte de untar a quien se debe, recibe el envidiable encargo de continuar la construcción de un edificio. A treinta grados bajo cero, teniendo que descongelar la arena para poder preparar el mortero; pero peor lo tienen los que cavan agujeros en la tierra helada y batida por el viento.

"Un día en la vida..." no contiene descripciones del contexto histórico o geográfico; la narración se limita a registrar el ir y venir del protagonista, sus trabajos para conseguir abrirse paso en la cola del desayuno, para esconder un trozo de pan para la cena o para poder secar sus botas de fieltro. Ahí es donde está su fuerza: a ras de suelo, siguiendo las preocupaciones materiales que ocupan el día de los personajes, es una forma directa de comprender lo que supuso para millones de personas el paso por el Gulag. Una forma de quedarse helado.

21 de febrero de 2009

Arriba y abajo por el valle de la Fuenfría

Muy cerca de Cercedilla, en la provincia de Madrid, hay un pequeño y muy concurrido paraje lleno de senderos guiados, ideal para dar un paseo cuando no está el cerebro como para trabajarse una ruta. El de hoy es uno de los recorridos más básicos, subiendo al puerto por la ruta más directa: una calzada romana que comunicaba Segovia con el Sur Profundo, aunque un tanto estropeada desde los tiempos de Vespasiano (qué cosas tiene la wikipedia). La bajada, por la tranquila Carretera de la República, ideal para un día desapacible en las alturas con el suelo todavía cubierto de nieve helada.

Datos medidos con el GPS:

  • Distancia recorrida: 12,6 km
  • Tiempo en movimiento: 3h 07'
  • Tiempo parados: 1h 23'
Si hubiéramos estado armados de pinchos y demás aparejos, habríamos podido subir al Montón de Trigo; la prudencia nos hace postergar el objetivo para otra ocasión.

La ruta, esta vez dibujada en negro para que resalte sobre los colorines del mapa de "La Tienda Verde", el más recomendable para recorrer la Sierra de Guadarrama.

Un perfil modesto, 400 m. de desnivel, de rápido ascenso para entrar en calor y bajada tranquila para disfrutar del paseo sobre la nieve.

14 de febrero de 2009

Al Morezón por el Puerto de Candeleda

Tras semanas y semanas de lluvia y temporal, llega un fin de semana de sol: corriendo a Gredos. Una vez allí, una ruta ideal para disfrutar de la nieve y de las bonitas vistas: dejando el coche en la Plataforma [ruego a las santas autoridades: limiten la entrada de vehículos, por favor], subir por el absurdamente llamado "Prao Puerto" hasta el Puerto de Candeleda, extasiarse con el panorama de la Vera y del valle del Tajo, y seguir hasta el Refugio del Rey. Una pena que se refiera a Alfonso XIII, uno de los peores que este país tuvo que sufrir, y eso que hay donde elegir. Si por lo menos fuese en recuerdo de Sisebuto...

Desde ahí, la subida al Morezón es la parte más dura del recorrido, pero vale la pena. La vuelta se hace siguiendo la cuerda hacia el norte, hasta entroncar en Los Barrerones con la alegre romería que viene de la Laguna Grande.

Datos medidos con el GPS:

  • Distancia recorrida: 14,2 km
  • Tiempo en movimiento: 4h 24'
  • Tiempo parados: 2h 44'
Es muy importante el equipo para circular por laderas de nieve helada: unos buenos pinchos en las botas (crampones) y a correr. No sólo salvaremos el pellejo, sino podremos subir y bajar por donde nos plazca, aislados de las piedras y de la maleza por uno o dos metros de nieve.

Recorrido superpuesto al mapa. Como de costumbre, click para ampliar.
Nótese el caso omiso que hicimos a caminos, senderos y demás tentaciones del maligno.


El desnivel no es espectacular (600 m) pero 14 km por nieve dejan ciertas secuelas en huesos, músculos, articulaciones y alguna que otra víscera.

Perfil de la etapa

8 de febrero de 2009

Zoe Leonard. Fotografías.

Museo Reina Sofía. Del 3 de diciembre de 2008 al 16 de febrero de 2009. Web de la exposición.

Si alguna vez apareciese un lector asiduo de estas letras, pronto se daría cuenta de que las exposiciones de fotografía que frecuento suelen pertenecer a dos categorías: la primera consiste en retrospectivas de fotógrafos consagrados, muchas veces ya fallecidos, maestros que influyeron en generaciones enteras, que normalmente utilizan un lenguaje visual bastante accesible. Con eso quiero decir que son obras de gran fuerza, que logran transmitirnos el propósito de su creador sin ser necesario dominar referencias o idiomas ocultos al gran público. El peligro para el espectador es caer en la adoración imbécil del nombre famoso, sin juzgar por sí mismo el valor de la obra.

En el extremo contrario están las exposiciones de fotógrafos contemporáneos, nombres desconocidos que además suelen proceder del enrarecido mundo del arte, de las galerías, performances, bienales y crítica especializada (los de la lista anterior suelen haber triunfado en disciplinas como el fotoperiodismo, reportaje o moda). Su producción suele ser más difícil de interpretar para el profano, pues muchas veces usan referencias y símbolos desconocidos para quien no tenga una formación especializada. En este caso, el pobre profano se encuentra ante la imagen, gira la cabeza para ver si cambiando de orientación mejora la cosa, se rasca esa misma cabeza y pasa a la siguiente, hecho un mar de dudas. No siempre es algo negativo, pero hay casos que recuerdan la fábula del traje nuevo del emperador.

Por ejemplo: supongamos que entramos en una sala donde se exponen fotografías de nubes y ciudades tomadas desde la ventanilla de un avión, sin demasiados miramientos por la calidad; la mayoría de nosotros hemos hecho alguna parecida con nuestra cámara de bolsillo. ¿Qué conclusión podemos extraer? ¿Es algo trivial, o tan profundo que hacen falta conocimientos arcanos para interpretarlo? Los comentarios de las viejas que pululaban por las salas del Reina Sofía, para haberlos grabado.

Menos mal que, desde ese arranque incomprensible, las series de la neoyorquina Zoe Leonard se hacen más accesibles: las imágenes de árboles que revientan las barreras de hierro que los tienen confinados, o las reacciones de los niños ante la vitrina de los monos de un museo de ciencias naturales son metáforas potentes y sobre todo más claras. Luego llega una serie de imágenes de chicles pegados en la acera... ¿? y un grupo de fotografías de árboles cargados de frutas, pero sin hojas, en colores muy saturados: bellísimas.

Zoe Leonard. Analogue 1998-2007

Pero no es hasta la sala final, en la instalación Analogue 1998-2007, donde la exposición se redime. Gran cantidad de fotografías en grupos de varias decenas cada uno, documentando puestos en un mercadillo, tiendas cerradas en un barrio de Nueva York, comercios en el Tercer Mundo... imágenes cutres o naïfs pero que contrastan con la uniformidad de centro comercial que se ha impuesto en todas partes, y que dicen mucho más sobre la tienda y el comerciante que el logotipo adocenado y mil veces visto. El conjunto se vuelve complejo y muy rico tanto visualmente como semánticamente.
Esta última parte es la que ha salvado la visita, aunque no sé si decidirme a recomendarla...

1 de febrero de 2009

Vuelve a nevar

Y no veas cómo me alegro. Esta mañana parecía que el cielo nos estaba espolvoreando azúcar para que llegara Godzilla en plan golosón:

Madrid-Hortaliza, febrero de 2009