El cura y los mandarines. Historia no oficial del Bosque de los Letrados: cultura y política en España, 1962-1996
Akal. Madrid, 2014. 826 páginas
1177 gramos
Además de seguir fielmente su columna de los sábados en La Vanguardia, hace menos de un año leí su biografía de Adolfo Suárez, que me entusiasmó, por lo que al enterarme de la cercana publicación de un libro sobre los intelectuales españoles de los últimos años por mi reverenciado Gregorio Morán, lo puse en lugar destacado de mi presupuesto, desplazando un año más a Schopenhauer. Poco después sucedió el patético ejemplo de censura editorial, al no querer arriesgar Planeta la pasta gansa que se saca por publicar el diccionario de la Real Academia, y Gregorio se hartó a dar entrevistas por medios interneteros (yo vi una presentación de este libro en una librería de Barcelona, cargada de ricas anécdotas, y un patético "debate" con Juan Carlos Monedero en el que cada uno iba muy a lo suyo). Tardó en encontrar editorial aproximadamente lo que tarda la luz en cruzar el diámetro del cráneo del gorrión medio, así que salió a tiempo para la campaña de Navidad, y allá por San Silvestre cayó en mis manos un ejemplar.
Qué feo es el maldito ladrillaco. Ya sé que no tuvieron mucho tiempo, pero la portada es un atentado a la tipografía de los que hacen brotar las lágrimas al más encallecido usuario de Comic Sans. Puse las guardas fuera de mi vista, me agencié un cojín para apoyarlo y no sufrir calambres en los brazos, y a leer.
El cura y los mandarines, como a estas alturas sabrán hasta los pajarillos y los lirios del valle, es un repaso de los intelectuales españoles del tardofranquismo y la transición. Gregorio Morán estuvo una década trabajando en él, y aparece en un momento muy bueno, en el que los pobres inocentones comprobamos que en este desgraciado país no hay una institución que merezca salvarse de la quema. Otros utilizan su infinita hipocresía para ganarse unas perrillas a costa del cabreo general, que ya tienen muy aprendido cómo hacerlo.
Cada capítulo del libro gira en torno o bien a un hecho destacado cultural (un simposio, un congreso, una exposicón) o político (contubernio de Munich, 25 años de -ejem- paz, estado de excepción) o bien a un personaje clave, como Luis Martín Santos, Camilo José Cela o el diario El País. Están ordenados cronológicamente, y como hilo conductor se recurre a la figura de Jesús Aguirre, que empezó de sacerdote jesuita (el cura del título) y terminó de Duque de Alba, y estaba metido en casi todos los fregados de índole cultural.
Los mandarines, como el lector puede suponer, son todos aquellos con influencia en el mundo de la cultura, no necesariamente brillantes o que hayan dejado alguna huella fuera de su familia, cincuenta años después. El libro tiene un índice onomástico de 35 páginas de letra apretada, así que cabe mucha gente. Tanta, que a veces un servidor se preguntaba si no habría sido conveniente filtrar un poco tal aluvión, con el beneficio añadido de aligerar el tocho.
Una vez hechas las presentaciones, me he permitido la licencia de retratar a los protagonistas:
Estoy seguro de que la gente de la quinta de mi padre, por ejemplo, podrá sacar mucho más jugo a los capítulos dedicados al franquismo -aproximadamente los dos primeros tercios-. Un servidor sólo fue capaz de reconocer parte de los personajes que aparecen, unos sufriendo y otros medrando en ese ambiente tan nocivo del nacionalcatolicismo obligatorio. Gregorio Morán saca el hacha de guerra y reparte mandobles sin piedad entre tanta gentuza luego reconvertida en vaca sagrada, aunque reconoce los casos de necesidad tras sufrir la represión y la cárcel -José Hierro- o los de brillantez creativa -Luis Martín Santos-. De todas formas, se me hizo muy largo, y creo que se mete demasiado en detalle, habiendo capítulos que yo habría descartado por completo, como por ejemplo el dedicado a la vida intelectual en Santander durante los primeros 60: puede tener sentido contarnos cómo era el medio ambiente en que nació y creció el cura de marras, pero a base de meterlo todo terminamos con 800 páginas.
He disfrutado mucho más de los capítulos dedicados a una figura intelectual, como Cela o Max Aub, que los que enumeran docenas de señores con nombre y dos apellidos que participan, o influyen, o cobran por pasarse por ahí, en la conferencia de turno. En alguno, como el fresco de la intelectualidad oficial en la Barcelona de 1964 (capítulo 15), me costó bastante trabajo vadearlo. Pero si el objetivo es mostrarnos cómo era el desierto intelectual de la dictadura, y las figuras que medraban allí, lo consigue de sobra.