30 de julio de 2012

Cómo se hizo... el Kalashnikov

C. J. Chivers
The Gun (El fusil)


Simon & Schuster, New York, 2010
496 páginas


Hace una temporada, durante la guerra civil libia, me llamaron la atención los reportajes que un tal C. J. Chivers escribía para el New York Times. Estudiaba minuciosamente las armas que tan torpemente usaban los rebeldes, los fragmentos de munición, las cajas de los suministros y otras pistas, y muy cuidadosamente iba sacando conclusiones sobre el origen del armamento: compras de Gadafi, saqueos de sus arsenales, contrabando de armas... Leyéndole, se notaba que el autor sabía de lo que escribía, esperaba a reunir indicios antes de aventurar hipótesis, y era capaz de analizar las posibles consecuencias de, por ejemplo, el saqueo de un arsenal por una turba de irregulares, a partir del cual nadie se atreve a asegurar que esos misiles portátiles tierra-aire no se terminen usando contra un avión de pasajeros.
Tardé poco en suscribirme a su blog, y, cuanto supe que tenía un libro publicado, me hice con él.

Hoy en día debe de ser muy raro encontrar a alguien que no sepa lo que es un Kalashnikov, y si no, el artículo de la Wikipedia lo describe de maravilla, como siempre que se trata de cosas para matar gente. Muchos incluso sabíamos que también se llama 'AK-47', y somos capaces de tararear la famosa canción de Goran Bregovic que suena durante la etílica boda del principio de la película "Underground", anacronismos aparte. Pero de ahí a ser conscientes de la enorme importancia que ha tenido ese arma en las últimas décadas hay un buen trecho.

Como no abundan en mi archivo las imágenes de armas de fuego, ni siquiera unos cargadores de nada, planto aquí a otro adelantado a su tiempo: Giordano Bruno, en el sitio donde le quemaron. Roma, julio de 2007.


'The Gun' comienza haciendo un paralelismo entre dos armas, desarrolladas más o menos simultáneamente -a finales de la década de 1940- y en el mismo país, la Unión Soviética. Una, la bomba atómica, supuso una tremenda carrera armamentística, la tranquilizadora estrategia de destrucción mutua asegurada y paranoia para dar y tomar, pero no se llegó a usar (no, señora, los rusos nunca tiraron bombas atómicas a nadie, cosa que "los buenos" no pueden decir). La otra pasó desapercibida al principio, pero se ha convertido en el arma más popular, y que más gente se ha cargado, desde los años 50 hasta nuestros días, y lo que le queda.

Tras un par de capítulos dedicados a la invención y puesta en producción de las armas automáticas (cortesía de los señores Gatling y Maxim) y los cambios tácticos que provocaron tras la carnicería de la I Guerra Mundial, Chivers se detiene en la biografía de Mijail Kalashnikov, uno de los típicos santos laicos de la URSS, y en el proceso de diseño de un fusil automático basado en el Sturmgewehr de los alemanes, que usaba una munición más ligera que la típica de fusil. Emplea bastante espacio en explicar las decisiones técnicas y los compromisos de diseño entre los distintos requisitos: ligereza, fiabilidad, pero también potencia de fuego y facilidad de uso, pero sin hacerse pesado, y resulta imprescindible para comprender el éxito del invento. Amigos ingenieros: desarrollo de producto con recursos casi ilimitados, ¡vaya chollo!, eso sí, si lo haces mal o cabreas al comisario, al Gulag.

Posteriormente describe la participación del AK-47 en los distintos episodios de la Guerra Fría, pero donde más se extiende es en su primer enfrentamiento con el verdadero enemigo: la guerra de Vietnam, en la que los soldados norteamericanos tuvieron que arreglárselas con un fusil de asalto muy inferior, el M-16, que tenía la mala costumbre de atascarse y dejarles tirados frente a los charlies. Chivers, ex-Marine él, cuenta los pormenores del lamentable -y corrupto- proceso de selección de armamentos, y cómo la reacción de los mandos ante las quejas de la tropa era la típica: "no los limpiáis bien" (extrapólese a cualquier organización en la que haya jefes y currantes). Hizo falta que un teniente sacrificara su carrera, escribiendo a congresistas y periódicos, para que se tomaran medidas, pero para entonces la guerra ya estaba ganada... o perdida, depende desde dónde miremos.

Tras Vietnam, y Afganistán, llega el colapso del sistema comunista, cuyos países habían acumulado arsenales gigantescos de Kalashnikovs (en algunos casos tocaban a cien por soldado) que, debidamente saqueados por la mala calaña habitual, acabaron en manos de guerrilleros, terroristas, niños soldados, fanáticos y criminales en general, que se pusieron a utilizarlo con entusiasmo: Armenia, África, Yugoslavia, África, Chechenia, África, etc, África. Dada la longevidad de este gran diseño, es de temer que se seguirá utilizando durante mucho tiempo. Sobre todo, en África.

'The Gun' es el típico producto de periodismo de investigación muy bien llevado: datos bien presentados, narración fluida -en este caso ayudada por la vida y milagros del señor Kalashnikov-, y respeto por el lector, dejando muy claro qué partes son hechos contrastados, y qué otras son falsedades o, al haber testimonios contradictorios, imposibles de determinar.
Muy recomendable. El autor entra a formar parte de mi pequeño altarcete del periodismo.



1 comentario:

Lansky dijo...

Me apunto a este autor. El libro es fascinante, algo sabía, muy someramente de la superioridad del fusil automático ruso sobre el americano, de hecho, no creo que se vean vetustos M-16 por África y otros lugares. tengo entendido que el Kalasnnikov ha sido 'clonado' oc copiado múltiples veces