12 de julio de 2008

Revistas

Últimamente leo muchos menos libros que antes. La causa, mi descubrimiento en primer lugar de que existen revistas muy buenas allá por el ancho mundo, y en segundo lugar, de que el precio de la suscripción es sorprendente bajo, inferior a comprar el periódico los domingos y cargar con todos esos suplementos que van directamente a la basura. Ignoro el motivo, pues supongo que en todos los países las revistas se financian sobre todo con publicidad, pero me alegra poder aprovecharme de la globalización de esta manera.


Voy a repasar brevemente las revistas a las que me he suscrito:

Semanario "de actualidad", sigue a la perfección el pensamiento dominante que toque. Estuve suscrito un par de años en un pasado remoto en el que no había Internet y a mi ciudad no llegaba prensa extranjera, y además había que aprender inglés.
Incluso para un adolescente, había cosas que chirriaban demasiado. Todavía recuerdo esos maravillosos gráficos desplegables donde comparaba el modesto ejército USA con la poderosa maquinaria destructiva de Saddam Hussein... primera guerra del Golfo.

No hace mucho tiempo llegó a mi buzón una buena oferta, y me suscribí a este semanario inglés, que alguna vez había comprado en el kiosko. En cuanto a información política internacional y económica, no creo que haya ningún periódico que le pueda hacer sombra. No soy un experto en esto, pero probablemente tenga los artículos mejor escritos de cualquier periódico en inglés; desde luego, son mucho mejores que los de otras publicaciones que suelo leer. Un estilo muy elegante que demuestra un cuidado exquisito: me gustaría ver el número de borradores que son rechazados para llegar a ese resultado. Aderezado con una ironía de lo más británica, aunque suene a tópico.
Entre otros aciertos, The Economist deja bien clara su línea editorial: fundado en 1843 por un sombrerero escocés para luchar contra el proteccionismo, la defensa del libre mercado sigue siendo su principio guía. Sabiéndolo, es posible anticipar esa deriva ideológica en muchos de sus análisis, con lo que el lector no se llevará a engaño; de todas formas, no se trata de obediencia ciega a una consigna, sino que suelen dejar claro el proceso argumentativo que les lleva a una conclusión, por lo que el lector siempre puede validarlo y aceptar o rechazar el resultado. En mi caso, acostumbrado a las verdades reveladas con que suele funcionar la prensa española, ha supuesto todo un descubrimiento.
Un ejemplo claro de calidad es el tratamiento de la información científica y técnica. Comparado con el sensacionalismo, las inexactitudes y las conclusiones absurdas que solemos ver por aquí, y que evidencian la mala preparación de muchos periodistas (¿pero por qué no preguntan lo que no saben?), The Economist, además de dedicarle bastante espacio -por ejemplo, el Technology Quarterly, un suplemento trimestral-, produce unos artículos bien investigados y a veces sorprendentemente actuales, algo que puedo verificar cuando escribe sobre el área en que me muevo profesionalmente.
Tras un par de años como suscriptor, lo dejé correr simplemente porque no tenía tiempo para absorber tanta información y porque, la verdad, no es imprescindible saber quién gobierna en todos los rincones del planeta. Eso sí, frecuentemente entro en la edición electrónica, que recientemente incorporó todo el contenido de la edición impresa, y leo algunos artículos.


Madrid, diciembre de 2006

Cuando decidí ser infiel a The Economist, busqué una sustituta que me diese lo que a ésta le faltaba: menor periodicidad, para no convertir su lectura en una especie de pluriempleo, y una postura ideológica algo más a la izquierda, para descontaminarme un poco de tanto libre mercado. Me hablaron de esta revista, mensual, estandarte de los intelectuales que en Estados Unidos llaman 'liberales' y que aquí habría que llamar "izquierdosos", o sea liberales en lo social, pero mucho menos en lo económico. La publica una fundación sin ánimo de lucro, para liberarse así del capricho de los lectores y la tiranía de los anunciantes.
Al principio me gustaba a medias. Una edición de lujo, parece hecha para almacenarla con reverencia, y algunas secciones muy interesantes, como "Harper's Index", una colección de cifras que describen aspectos sorprendentes de nuestro mundo. Copio un ejemplo:

Number of Iraquis who receive regular payments from the U.S. government in exchange for not fighting: 91,600

(número de iraquíes que reciben pagos periódicos del gobierno USA a cambio de no luchar)

Pero al pasar los meses, cada vez estoy más cansado. Constantemente hace referencia a una remota Edad de Oro desde la que la política y las costumbres no han hecho más que empeorar, los editoriales parecen sermones, y la mayoría de los artículos tienen un sesgo ideológico demasiado marcado para mi gusto. Y muy poco sentido del humor. Además, muchos de ellos no me interesan lo más mínimo: en la de este mes, las once páginas de letra apretada dedicada a las repercusiones de los derechos de los homosexuales en la iglesia anglicana americana se quedaron sin leer.

Así que, por muy barata que salga, no renovaré la suscripción.


The New Yorker

Aquí es donde se me van la mayor parte de las horas dedicadas a la lectura no relacionada con el trabajo (o, últimamente, con la fotografía). Una revista legendaria, fundada en 1925 y donde han publicado muchos de los grandes escritores americanos contemporáneos: Nabokov, Capote, Salinger, Updike, Carver, y tantos otros. Se publica semanalmente, y, salvo un par de páginas, no dedica ningún espacio a la actualidad: quitando una sección sobre lo que se puede ver y hacer en Nueva York, que viviendo tan lejos no me interesa demasiado, casi todo el espacio está dedicado a grandes reportajes, de esos que cualquier periodista sueña con hacer: le dan varios meses para investigar, viajar, entrevistar, redactar y corregir, y páginas suficientes para desarrollarlo bien y ganar el Pulitzer. Por supuesto, el resultado suele ser excelente, y un gozo leerlo. 

Siempre incluyen un relato breve (salvo obviamente el número especial dedicado a la ficción), algún poema, y una sección al final con críticas de literatura, teatro, música y cine. Casi todas las ilustraciones son viñetas: los chistes del New Yorker son un clásico en sí mismo.


Creo que seguiré suscrito al New Yorker durante una larga temporada: no estoy acostumbrado a algo tan exquisito, y la vuelta a la realidad local suele ser dura, pero qué le vamos a hacer.

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