Museo del Prado. Del 22 de junio al 19 de septiembre de 2010. Web de la exposición.
Los museos, antes de convertirse en lugares 'de obligada visita' para castigo de turistas, tuvieron una finalidad sobre todo pedagógica: mostrar al público obras de arte, para que pudieran contemplar lo que antes sólo estaba a la vista de cuatro cortesanos privilegiados, y, con un poco de suerte, mejorar su educación estética. Basta con ver la turbamulta de japoneses haciendo fotos con flash a una Gioconda escondida tras un cristal blindado para constatar que, en efecto, misión cumplida.
Esta vez, nuestro querido Museo del Prado ha optado por este enfoque didáctico: seleccionar unas obras de uno de los Grandes Maestros del pasado, casi sin presencia en los museos españoles, comparándolas con pinturas de artistas anteriores en quienes se había inspirado, a menudo explícitamente o en forma de "homenaje".
Resulta increíble la variedad de géneros con los que se atrevía Turner: a veces con éxito, como es el caso de los paisajes, en los que muchas veces conseguía superar a sus maestros (Poussin, Claudio de Lorena, o incluso Canaletto), cuyos paisajes en la comparación con los novedosos efectos atmosféricos de Turner aparecen empastados y sin vida; otras veces, como en las escenas galantes à la Watteau, fracasa de mala manera.
Quizá la serie más destacable por su belleza es la de pinturas de tema marino: inspirándose en artistas holandeses (Ruysdael, Van de Welde), expertos en el tratamiento de la luz y de los fenómenos naturales, Turner se atreve a dotarles de mayor intensidad, claroscuros y colorido, presagiando el movimiento impresionista que surgirá décadas más tarde y en otro país.
Un consejo: si piensas aparecer por el Prado unas cuantas veces al cabo del año, plantéate hacerte socio de la Asociación de Amigos del Museo: no tener que guardar cola tiene su gracia.
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