Museo Reina Sofía. Del 5 de noviembre de 2008 al 16 de febrero de 2009.
Web de la exposición.
Alberto García-Alix es considerado por la prensa española como poco menos que el fotógrafo oficial de la movida madrileña; y cuando la prensa de este país te encasilla, que el Señor se apiade de tu alma: has sido condenado al infierno del lugar común. Cuando necesitan ilustrar un artículo sobre marginación opiácea, meter el topicazo de "superviviente de la movida", la posibilidad de que recurran a una imagen de este fotógrafo es demasiado alta.
Ésta es la primera vez que he aparecido por una exposición de García-Alix, bien contaminado por el tópico que acabo de referir. He descubierto a un fotógrafo con talento, que habría brillado igualmente en cualquier otra época. Era parte del ambiente que captaba, que compartía con los sujetos de sus imágenes.
La exposición, una retrospectiva con gran número de obras, contiene fotografías tomadas a partir del año 1978. Siempre en blanco en negro, algunas reproducidas en gran formato; aunque contiene variedad de temas, a mí las que me han fascinado son los retratos. En la superficie, una estética rocker/punk hoy en día totalmente pasada de moda (y con unas connotaciones que no hacen ninguna gracia, a pesar de los intentos patéticos de resucitar la pesadilla) que García-Alix logra penetrar, descubriendo tristeza y a veces ternura tras máscaras de dureza y marginación, los rostros al principio casi infantiles que chocan con los atuendos y muecas inverosímiles de tipo malo. Personajes que quedan totalmente desnudos ante la cámara, y ante los ojos del espectador.
Si tuviera que elegir uno, me quedaría con el "Retrato de Teresa", una composición muy original en el que aparece únicamente la mitad de la cara de la chica, muy seria, casi triste, siendo el resto de la foto un fondo poco iluminado de papel pintado cayéndose en pedazos.
Una pena que el Google no haya sido capaz de encontrármelo.
También son buenos sus muchos autorretratos, espaciados a lo largo de 30 años; las imágenes clásicas de brazos y jeringuillas, y los homenajes a los amigos caídos. Y mucho más, hay material como para dedicar un par dos horas a contemplarlo. Lo importante es recordar que el tópico de la marginación ochentera es sólo un decorado: vayan a verla, porque hay mucho más.
Cuando nadie recuerde cómo fueron los ochenta, cuando nadie sepa qué significan la cucharilla doblada y el papel de aluminio, quedarán los rostros de desafío, los cuerpos que reflejan sufrimiento y los ojos de las víctimas. De las misiones que se le atribuyen al arte, probablemente la más importante.
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