Museo del Prado. Del 3 de febrero al 19 de abril de 2009. Web de la exposición.
Tuve la oportunidad de contemplar esta exposición pocos días antes de su cierre; me habría fastidiado no poder contemplar la obra de uno de los pintores más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Lienzos desgarradores, angustiosos, donde a veces lo único que se puede reconocer son los dientes de una figura retoricida en un paroxismo de dolor, culminando en los Trípticos de la Crucifixión. Pintura para salir deprimido, pues no dice nada positivo y sí expresa amargura, terror e incomprensión sobre la futilidad de la vida y sus trabajos; se hace duro aguantar tal catarata de desesperación, pero reconozcamos que una de las misiones del arte es obligarnos a enfrentar la parte desagradable de la existencia.
Que por mucho que nos escondamos, siempre nos encontrará.
Ahora hablemos un poco de la exposición, repartida de forma absurda en tres salas de la parte recién construida del Museo del Prado, dos en una planta y la tercera subiendo unas escaleras y volviendo a enseñar la entrada, algo incómodo y que impidió mi costumbre de, al terminar la exposición, recorrerla en sentido inverso para detenerme solamente ante las piezas que más me impresionaron. También algo absurdo, porque calle abajo tenemos un museo recién ampliado con salas enormes más adecuadas para estas exposiciones masivas, que además da la casualidad de que se trata de un museo de arte moderno que frecuentemente se critica por infrautilizado.
El precio de la entrada es ya de 8 €, lo cual me parece una exageración para un museo público por el que ya pagamos una barbaridad en impuestos. La famosa ampliación salió por 152 millones de euros, y con eso podrían haber entrado gratis unos 25 millones de personas a los precios anteriores... unos 9 años de disfrute del arte si tomamos los datos del año pasado, con sus cifras récord de visitantes.
Siempre habrá gente que piense que eso es pura demagogia, como suelta doña Elvira Lindo en esta insensata columna, pero yo creo que, igual que tenemos el deber de preservar y acrecentar el patrimonio artístico de la nación, tenemos el derecho a disfrutarlo. Si siguen subiendo el precio de la entrada, vamos a terminar preguntándonos si ese "patrimonio" es realmente nuestro...
Claro que para pulirse nuestros dineros en magnas obras firmadas por el arquitecto de moda y que luego prefieren no utilizar no ven ningún problema.
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