El sitio web que precedió a este blog que ustedes leen, mic-culturilla, abandonado a su suerte, corre peligro de desaparecer cualquier día de estos. Para evitar que su naufragio se lleve la reseña de la magnífica novela de Isaac Rosa (publicada en la web el 28/11/2004), la reproduzco a continuación.
Isaac Rosa
El vano ayer
Seix Barral. Barcelona, 2004.
309 páginas.
Cervantes escribió la novela que acabaría con los libros de caballerías. Isaac Rosa no terminará con las novelas sobre el periodo franquista, pero al menos quien lea "El vano ayer" estará pertrechado con todas las claves para reconocer las malas, detectando los lugares comunes antes de que puedan ejercer su influencia nociva.
Al mismo tiempo, se enfrenta al manto de color rosita pastel con que políticos, prensa, cineastas y algunos novelistas han disfrazado al tardofranquismo y la transición. ¿Sale bien parado de la batalla? ¿O, tras perder algunos dientes y descubrir lo que son las descargas eléctricas en los genitales, acaba reconociendo que la vida era como la cuentan las series de televisión? La respuesta, amigos, en mi simplificada reseña.
Isaac Rosa se plantea escribir una novela ambientada en el tardofranquismo, época de disturbios estudiantiles, lógica dialéctica, cargas de los grises, alocada juventud, etc. En lugar de dirigir la narración por los derroteros que cree convenientes, renuncia a esa prerrogativa, mostrando las cartas con las que él, como autor, comienza la partida. La elección de los personajes, a partir de nombres encontrados en notas a pie de página durante un largo esfuerzo de documentación, y del argumento, de entre unas cuantas historias tipo a elegir de entre las clásicas y tópicas del período en estudio, da pie a una larga y muy interesante reflexión sobre el adocenamiento y la manipulación que supondría seguir el camino trillado: personajes arquetípicos, que, a lo largo de una peripecia predecible por lo conocida, acaban por reforzar el tópico costumbrista de los felices años 60, culminando en la poco menos que perfecta (y feliz) transición. Una elección que no sería inocente.
No es inocente situar una ficción en el franquismo como si de cualquier período histórico se tratara, no es lo mismo una historia policiaca en una abadía benedictina medieval que en Madrid 1965, sobre todo en una sociedad que prefirió tapar todo lo desagradable sucedido entre 1936 y 1975, decisión que tuvo sus razones pero que no debemos aceptar acríticamente. Los que no pudimos conocerlo de primera mano tenemos el derecho de saber lo que ocurrió, no a través de ñoñas películas costumbristas ni de memorias escritas por quienes en vacaciones antes de ir a Ibiza pasaban por París a manifestarse un rato. Aunque sólo sea para saber a quién tenemos algo que agradecer y quiénes aprovecharon bien la oportunidad de medrar, aprovechando el esfuerzo ajeno para quedar como unos héroes.
De entre los cientos de entradas encontradas en los índices onomásticos de obras serias sobre el período, el autor selecciona dos, de aparición fugaz en la Historia, para ser sus personajes: un "líder estudiantil" y un profesor, quienes desaparecieron en febrero de 1965, un mes de mucho disturbio en la Ciudad Universitaria.
Se alternan capítulos de pura novela, a veces contados por un narrador omnisciente, otras veces por algún personaje secundario, con las reflexiones del autor sobre cómo escribir la novela: en qué cliché situarla, el papel de las casualidades, qué arquetipo adjudicar a cada personaje... son los mejores pasajes, sin duda. Al lector le asalta la sospecha de si no se estará recurriendo a la vía fácil de la reflexión en voz alta en lugar de construir una buena novela, sospecha difícil de espantar. Sin embargo, los capítulos novelados demuestran que para Isaac Rosa no habría sido ningún problema: en cuatro páginas el lector está metido de lleno en la peripecia, a pesar de haber sido avisado de que no es más que un artificio, y a haber asistido a la selección y mezcla de los ingredientes. El lector se ve arrastrado por la novela, empieza a simpatizar con los personajes, quiere saber qué es lo siguiente que les sucede... menos mal que el autor, bruscamente, corta la narración para enseñar, una vez más, que el escenario es de cartón piedra. Un buen ejemplo es la doble biografía del profesor desaparecido, impresa a dos columnas, que demuestra lo fácil que sería colocarlo en cualquiera de los dos bandos.
Según avanzamos en “El vano ayer”, los pasajes que podemos llamar metaliterarios van dando paso a materiales “en bruto”, algunos de los cuales son casi perfectos: versiones de la prensa española y francesa del mismo suceso (una manifestación), las declaraciones de un policía herido en la misma, un editorial de periódico adicto al régimen... no voy a hacer la lista de todos. Sólo señalar que, llegando al final del libro, se vuelven más chirriantes y amargos, como el capítulo que podemos llamar “de la risa” —una descripción acelerada de la muy hilarante transición española—, o el que a mí me ha parecido el más flojo del libro, una glosa de aquel General que ganó a los rojos todos los Reynos de España, escrito a modo de cantar de gesta y demasiado largo, pareciendo más una mera demostración de ingenio.
“El vano ayer” es un libro muy ambicioso, que lucha simultáneamente en dos frentes, contra la escritura de novelas siguiendo una fórmula —un trabajo que, si se tiene cierta facilidad expresiva, viene a ser tan monótono como el de un contable— y el vergonzoso recuerdo que en España se tiene de los hechos sucedidos durante las décadas de los 60 y 70. Un recuerdo totalmente favorable a los verdugos, a la gauche divine, a los funcionarios fieles a la dictadura, y que por tanto no hace ninguna justicia a los torturados, o simplemente a tantos que tuvieron que aguantar durante décadas la sumisión absoluta al fascista de su barrio, al cura de su pueblo y a toda figura de autoridad.
Además, es una lectura agradable, pues está muy bien escrito. El autor hace gala de un dominio del idioma formidable, y es evidente que se trata de una escritura muy trabajada. Esperaré con atención el próximo libro que publique.
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