3 de julio de 2015

Diez años de catástrofe

Francisco Veiga
La fábrica de las fronteras. Guerras de secesión yugoslavas 1991-2001

Alianza Editorial. Madrid, 2011.
388 páginas.



Después de leer esta magnífica entrevista, me sentí con muchas ganas de leer algo del profesor Veiga. ¿Un historiador especialista en Europa del Este, no anglosajón, que escribe en mi idioma, y además sobre un tema que me interesa tanto? Son demasiados puntos a favor como para dejarlo pasar.

Cualquiera que se ponga a bucear por el archivo de este blog (ya sé que no lo hará nadie, pero permítanme este recurso retórico) verá que soy un tanto propenso a leer a historiadores anglosajones: Tony Judt, Eric Hobsbawm, Barbara Tuchman, Robin Lane Fox... Todos magníficos, pero por desgracia ya fallecidos. Según nos acercamos a la historia contemporánea, en estos tiempos de neocons y globalización-de-esa-manera, hay mucho peligro de caer en las garras de cualquier exégeta de la Pax Americana, y mira que nos han demostrado veces lo mal que llevan no tener delante a un Eje del Mal que les pare un poco los pies. Por tanto, no viene mal desintoxicarse leyendo a alguien de distinto origen.

La década de masacres, intoxicaciones informativas, intelectuales llorosos y chapuzas de la "comunidad internacional" coincidió con un tiempo en el que servidor veía noticiarios en la tele y leía aplicadamente la prensa seria, inocente que era uno. Por eso recuerdo bastante vívidamente cómo nos iban llegando los ecos de las declaraciones de independencia, limpiezas étnicas, profecías terribles que se cumplían con creces, columnistas rasgándose las vestiduras y próceres bastante repulsivos. Muchos años después, y este libro lo confirma, comprobamos que las historias más verídicas eran ficciones como la genial Underground, y no esos editoriales en los que algún intelectual orgánico entonaba una vez más el "hay que hacer algo" que curiosamente tiende a favorecer a uno de los bandos.

 Fuencarral (Madrid), 2009

La fábrica de las fronteras comienza con la brevísima guerra que se saldó con la independencia de Eslovenia, en 1991, y concluye con el sofocamiento del levantamiento de la minoría albanesa de Macedonia, en 2001. En medio, la secuencia, conocida por todos, de guerras en Croacia, Bosnia y Kosovo, con episodios tan famosos como los sitios de Vukovar y Sarajevo, la masacre de Srebrenica o el bombardeo de la embajada china en Belgrado. Francisco Veiga presta mucha más atención a las maniobras políticas y diplomáticas que a los aspectos militares o a las causas más profundas de la guerra; en un aparte dice que las causas estructurales ya las trató en otro libro, La trampa balcánica, que por tanto se pone en cabeza de mi lista de libros pendientes de leer. La parte militar me parece suficientemente bien cubierta (las batallitas para mí hacen bueno el refrán lo poco agrada, lo mucho enfada), y el aspecto político-diplomático lo aborda magníficamente: desde los preparativos -pactos estilo Molotov-Ribbentrop como el de Milosevic y Tudjman para repartirse Bosnia- hasta la manipulación de la opinión pública, pasando por la patética participación de la comunidad internacional, entre una Europa tan inoperante como siempre y unos Estados Unidos que tras la desaparición de la Unión Soviética estaban cogiendo gusto a eso de pasearse cual elefante en un almacén de botijos.

No tengo costumbre de leer análisis de este tipo, siempre he preferido historiadores de la escuela marxista, que prefieren basar los hechos históricos en el sustrato geográfico y económico. Sin embargo, he devorado La fábrica de las fronteras con gran placer; también, por supuesto, porque puedo comparar las afirmaciones del autor con mis propios recuerdos, además de que la distancia temporal y la evolución posterior de unos y otros ayudan mucho a poner las cosas en perspectiva. Por tanto, es una obra a recomendar, y seguiré buscando más libros del autor.

Algo muy cabreante es la pésima calidad de la información que recibimos en su día a través de la prensa, en una época en que todavía Internet y sus estúpidas decisiones no les habían arruinado. ¿De qué sirve que haya corresponsales en la zona de conflicto, reporteros cubriendo ruedas de prensa, experimentados redactores en la sede del periódico y sabios columnistas, si luego se van a dejar manipular igual que cualquier inocente? O bien, ¿tanto dependen del "establishment" que tienen que marcar la línea ideológica también en temas lejanos, que no nos afectan más que muy indirectamente? Es para mandarlos a la mierda (como todos los millones de lectores que les han abandonado), sobre todo porque siguen haciendo lo mismo, vean por ejemplo la lamentable cobertura de la guerra civil en Ucrania -y termino con otra recomendación: este documental, hecho por el periodista español Ricardo Marquina sobre el terreno.

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