15 de septiembre de 2019

Veranos infernales

Hubo un tiempo en que el verano era mi estación favorita, y no sólo por las vacaciones: ir por la vida despreocupadamente en camiseta y pantalón corto, paseando por la sombra, días larguísimos en los que había tiempo para todo, la ausencia de la ciudad de ese 20% de gente más petarda...
Ya no.
Ahora el verano supone no poder salir al campo, sufrir cada vez que se sale a la calle, dificultades para dormir, y una rutina férrea de abrir y cerrar ventanas para retrasar, que no evitar, la entrada de La Flama.

Hace unos pocos años empecé a apuntar los días verdaderamente infernales, que para mí son los que superan los 36 grados, medidos en el observatorio del parque del Retiro o en el del aeropuerto de Barajas, ya que vivo más o menos a mitad de camino entre los dos. Algo así como el Diario del año de la peste, pero aplicado al calentamiento global.

Como ya van cuatro veranos, el gráfico empieza a quedar presentable:

Número de días con temperatura máxima igual o superior a los 36º en Madrid

Aunque este verano empezó fatal, con un mes de julio que hacía recomendable mudarse al interior de Finlandia, con incendios terribles cada fin de semana y una sequía de las de subirlo todo al Ford T y emigrar a California, la clemencia demostrada por agosto y septiembre lo compensó con creces. 2018, el año primero de las nieves y después de las lluvias, fue también un verano casi perfecto.

Miedo me da lo que vendrá. Seguiremos informando por aquí.

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