10 de junio de 2008

La cámara lúcida

Roland Barthes

La cámara lúcida - Nota sobre fotografía

(La chambre claire. Note sur la photographie)

Paidós Comunicación. Barcelona, 1995.

Originalmente publicado por Cahiers de Cinéma, 1980


Mis impulsos de profundizar en el noble arte de la fotografía me llevan a veces a emprender actividades arriesgadas. Lo de ir con una cámara aparatosa y con pintas de cara a lugares poco recomendables, esperando no tener algún mal encuentro, palidece en comparación con escarceos como éste, rondando el mundo de las Ciencias Sociales, la Teoría del Lenguaje y los textos trufados de palabras en griego y en alemán, que, tras haber dejado en un estado lamentable a la Filosofía por una temporada, vamos a ver cómo deja a nuestra pobre Fotografía.


Bastó la introducción, por Joaquim Sala-Sanahuja, para meterme el miedo en el cuerpo: demasiados adjetivos, referentes y semiología al por mayor. Temblando, empiezo a leer...

Cuando Barthes toma el mando, la cosa mejora: se trata de entender la Fotografía, de saber qué la distingue del resto de las artes. Captura instantes únicos, es todo contingencia; hasta aquí, de acuerdo. Pero entonces se lanza a enumerar palabras en sánscrito y a relacionarlas con balbuceos de bebé, y el terror vuelve a apoderarse del pobre lector. Una cosa es tratar de entender algo de lo que hay detrás de las imágenes y que con suerte las hace funcionar, y otra naufragar en un campo muy propicio a la pedantería. Antes de haber leído cuatro páginas, me encontré sumergido en un piélago de afirmaciones cuanto menos discutibles, apoyadas en extraños razonamientos: ¿por qué una foto nunca se distingue de su referente? ¿por qué salta tan deprisa a la dualidad entre el Bien y el Mal? La forma de escribir ayuda poco: fárrago lleno de paréntesis y digresiones, parece como si el autor no se hubiera molestado demasiado en hilar una secuencia de razonamientos, tradición sin duda burguesa.


Para mi tranquilidad, se trataba todavía de una larga introducción, donde justifica el enfoque elegido en el resto de la obra, un análisis muy personal de una serie de fotografías que le interesan especialmente. Visto el cariz que tomaban las primeras páginas, es de agradecer que renuncie a un tratamiento sistematizador, pues sólo Alá sabe dónde podríamos haber llegado. Cuando declara su intención de centrarse en ciertas imágenes, la esperanza se troca en expectativa: de un Grande del análisis semiológico haciendo crítica se puede aprender mucho. ¡Vengan acá esas imágenes!


Barthes trata de determinar la causa de que unas determinadas fotos lleguen a impresionarle. Detecta dos grandes ‘temas’, conceptos que nombra con palabras latinas: el studium, la parte “informativa” de la foto, que puede ser correcto e interesante, pero que no lleva a imágenes memorables, no provoca una respuesta emocional. Tiene que aparecer un detalle, el punctum, la punzada, que dispare una reacción más intensa, que llegue a herir el alma del espectador. A diferencia de la mera exposición que supone el studium, el punctum trasciende el encuadre y hace pensar en lo que queda fuera; es por ejemplo lo que distingue lo erótico de lo pornográfico, sugiere más que enseña.

Como habrán adivinado, buena parte del libro se dedica a analizar una serie de fotografías, retratos las más, buscando el punctum que las destaca del resto. Para mi desilusión, se trata de algo muy subjetivo, y así lo reconoce el autor: la experiencia vital, la memoria y los conocimientos del espectador serán lo que traduzca de una manera una imagen, o una pequeña parte de ella, que al resto nos deje fríos y que muy a menudo no ha sido mostrada a propósito por el fotógrafo. No hay piedra filosofal, la discusión no puede condensarse en una serie de recetas por ejemplo para crear imágenes más impactantes, pero sí enseña una forma de mirar. Probablemente sea lo más útil de La cámara lúcida.

Es especialmente hermoso el análisis que hace de una foto de su madre, fallecida poco antes de escribir este libro, de las razones que le llevan a elegirla, y de todo lo que era capaz de leer en ella. Por el espacio que le dedica, y la emoción que pone en sus palabras, queda claro que La cámara lúcida tiene mucho de elegía.



Dresden, mayo de 2008


El resto del libro, en realidad bastante breve, se pierde en disquisiciones sobre la Fotografía y la Muerte –como detención del Tiempo, bloquea los recuerdos pero ella misma es fugaz–. No acabo de compartirlo. Pero retoma el análisis anterior con un segundo “punctum” de significado temporal: toda foto es un signo de la muerte futura de quien aparece retratado en ella. Acaba rindiéndose: declara que no puede profundizar en la Fotografía, tan sólo quedarse con su significado profundo (‘noema): esto ha sido. Algo que no comparto, pues deja fuera gran cantidad de géneros, que poco tienen que ver con la realidad.


Tras muchas disquisiciones, termina con unas palabras sabias: la Fotografía, tan cercana a la Locura y a la Muerte, puede ser domesticada de dos formas: Una, convirtiéndola en Arte, domesticándola: ya no representa ‘lo que ha sido’, se diferencia muy poco de la pintura. La otra, trivializándola en grado sumo, transformando todo en imágenes que lo inundan todo, lo típico de las sociedades occidentales. Aunque creo ver a dónde se dirige, no me gusta ni el tono elitista de esta última forma, ni el intento de restringirla de la primera; en todo caso, bienvenidas sean las discusiones, quizá nos lleven a plantearnos por qué hacemos muchas cosas.


Vale la pena emplear de vez en cuando unas horas en leer obras que, aunque vengan de campos un tanto abstrusos (mucho más en la forma que en el fondo), son en realidad largas reflexiones cuya influencia al valorar una obra de arte ayuda a formar una capacidad crítica muy necesaria ante la presión de que nos traguemos toda la bazofia que produce la industria cultural.


Un apunte sobre la edición: la calidad de las reproducciones es tan mala, que muchos de los detalles mencionados por Barthes no se distinguen. Una pena, pues es una buena selección: Mapplethorpe, William Klein, y, sobre todo, André Kertész.


6 comentarios:

Jc dijo...

Menuda pedazo crítica del libro, muy interesante.

Acaban de reeditar "Sobre la fotografía" de Sunsan Sontag, no se si lo habrás leido o si cres que puede ser interesante.

Miguel dijo...

El libro de Sontag lo recomiendan en todas partes, aunque creo que tras este empacho de semiótica voy a descansar un poco; de todas formas no espero que sea tan duro.
De comprarlo, lo haré en Amazon: en versión original, y probablemente más barato.

Anónimo dijo...

la camara lucida es un libro FILISOFICOy se tiene que entender como tal encuentro erroneo tu comentario yaque la forma semiotica que este tiene representa muy bien a la realidad fotografica



no es un libro fotografico

Anónimo dijo...

Que te parezca duro no quiere decir que el autor sea pedante; es un libro de filosofía, esto es, TECNICO. Si te lees un libro de física cuántica, no esperes que sea fácil. La filosofía también tiene su técnica. Si te gusta la papilla, lee Coelho

Miguel dijo...

Créeme, buena parte de lo que hago en mi trabajo es escribir documentación técnica. Lo que tengo que describir suele ser complejo, pero la finalidad del escrito no es demostrar lo listo que soy y los párrafos tan largos que me salen, sino que se comprenda lo mejor posible y cuando la máquina se instale, el cliente comprenda las limitaciones, las zonas de peligro y el porqué de cada procedimiento.
No pido simplicidad, pido claridad, sabiendo que la escritura se vuelve mucho más difícil. Hablando de física, hay una diferencia enorme entre los textos de físicos norteamericanos y los europeos, franceses sobre todo.

Lorena dijo...

Coincido plenamente en tu crítica de este libro. Soy fotógrafa..me lo dieron en una materia de la facultad y pensé que sería mucho mas viejo, pero me sorprendí al ver que no lo era, puede que haya cosas rescatables, pero es muy cierto que habla con pedantería..muy similar a la profesora de la materia en cuestión y creo que lo que le falta sin duda alguna, es el amor por la fotografía que tenemos los que la hacemos. Por mas filosofía y semiótica, es notorio que el impulso a escribir este libro fue solamente el anhelo de su puta madre muerta, con todo respeto.
jajajaaj