No sólo de Photoespaña vive el hombre. Es posible que las mejores exposiciones de fotografía durante este mes de Junio que termina hayan sido dos que ni siquiera estaban incluidas en el festival; mejor no preguntar demasiado, que por el mundo feliz del arte, museos, fundaciones y galerías suelen circular muy malos rollos.
29 de junio de 2008
Un día con los grandes maestros
21 de junio de 2008
Una tarde mirando fotos
17 de junio de 2008
El muñeco Manolín
Un ejercicio particularmente difícil: retratar a Manolín, uno de los seres más repelentes de esta galaxia tan chunga, tratando de darle vida. Primero, el resultado:
11 de junio de 2008
Javier Vallhonrat. Acaso.
Canal de Isabel II. Del 4 de junio al 31 de agosto de 2008.
Sigo disfrutando de Photoespaña, esta vez con las sabias explicaciones de la gran Rosa. Eligió una exposición muy diferente de la última: hay entre los dos casi tanta distancia como entre la pintura del siglo XVII y el arte conceptual, aunque la métrica queda todavía por definir con un mínimo de rigor.
Mientras que en el primer caso las fotografías tratan de captar la realidad (nunca perfectamente objetiva, pero si empezásemos con esa discusión no terminaríamos nunca), en el segundo tratan de provocar una respuesta en el espectador, por supuesto transmitiendo un mensaje, pero no necesariamente claro ni obvio: podemos esperar metáforas a varios niveles, manipulaciones sutiles mediante el uso de los recursos formales. La respuesta del espectador se convierte en un ejercicio de introspección: la pregunta ya no es ¿qué veo?, sino ¿qué sensaciones produce en mí la imagen?
Eso es lo que se encontrará quien se pase por el antiguo depósito de agua donde se celebra la exposición. Imágenes panorámicas de gran formato, tonalidades frías, calidad de reproducción exquisita, y motivos sorprendentes: un tipo, arrodillado en una tabla, coloca otra a continuación como si estuviera construyendo una pasarela para cruzar el pantano. En un monte de matorral de roble, varios espejos desperdigados reflejan la luz.
¿Qué quiere decir? Hay que descodificarlo: es un juego, repleto de metáforas, entre el artista y el espectador. Cada una de las imágenes está cuidadosamente preparada para transmitir un concepto, pero ¿cuál?. Ayuda la progresión, en forma de serie, de las fotografías: aparecen signos de actividad humana en un monte, hay intentos de parcelarlo, se delimitan espacios, pero de un modo efímero y frágil. Por ejemplo,
unas líneas blancas sobre el lecho de un río dibujan algo parecido a planos de casas. Todo parece muy vulnerable, lo cual contradice la sensación de permanencia conferida por los ángulos rectos, la seguridad técnica del plano.
O esta otra,
donde la sensación de vulnerabilidad transmitida por la posición imposible del hombre contrasta con la de confianza, al estar tranquilamente dormido. Una confianza que reposa sobre dos estacas de madera clavadas en el fango, otra metáfora como una casa (sic transit gloria mundi); respaldada por una técnica excelente, donde la luz, las formas, la composición acentúan el contraste conceptual buscado, pero de una forma discreta, sin tomar protagonismo.
Podría seguir durante horas perorando y contando mis impresiones, pero es mejor ir a verla. Representar conceptos abstractos mediante imágenes es algo que tiene mérito en sí mismo; dedicar una hora a contemplarlas y a reflexionar sobre ellas es un ejercicio de interpretación de lo más gratificante.
Ah, para terminar, una alabanza al fútbol. Toda la exposición para menos de diez personas, que haya Eurocopa todos los meses.
10 de junio de 2008
La cámara lúcida
(La chambre claire. Note sur la photographie)
Paidós Comunicación. Barcelona, 1995.
Originalmente publicado por Cahiers de Cinéma, 1980
Mis impulsos de profundizar en el noble arte de la fotografía me llevan a veces a emprender actividades arriesgadas. Lo de ir con una cámara aparatosa y con pintas de cara a lugares poco recomendables, esperando no tener algún mal encuentro, palidece en comparación con escarceos como éste, rondando el mundo de las Ciencias Sociales, la Teoría del Lenguaje y los textos trufados de palabras en griego y en alemán, que, tras haber dejado en un estado lamentable a la Filosofía por una temporada, vamos a ver cómo deja a nuestra pobre Fotografía.
Bastó la introducción, por Joaquim Sala-Sanahuja, para meterme el miedo en el cuerpo: demasiados adjetivos, referentes y semiología al por mayor. Temblando, empiezo a leer...
Cuando Barthes toma el mando, la cosa mejora: se trata de entender la Fotografía, de saber qué la distingue del resto de las artes. Captura instantes únicos, es todo contingencia; hasta aquí, de acuerdo. Pero entonces se lanza a enumerar palabras en sánscrito y a relacionarlas con balbuceos de bebé, y el terror vuelve a apoderarse del pobre lector. Una cosa es tratar de entender algo de lo que hay detrás de las imágenes y que con suerte las hace funcionar, y otra naufragar en un campo muy propicio a la pedantería. Antes de haber leído cuatro páginas, me encontré sumergido en un piélago de afirmaciones cuanto menos discutibles, apoyadas en extraños razonamientos: ¿por qué una foto nunca se distingue de su referente? ¿por qué salta tan deprisa a la dualidad entre el Bien y el Mal? La forma de escribir ayuda poco: fárrago lleno de paréntesis y digresiones, parece como si el autor no se hubiera molestado demasiado en hilar una secuencia de razonamientos, tradición sin duda burguesa.
Para mi tranquilidad, se trataba todavía de una larga introducción, donde justifica el enfoque elegido en el resto de la obra, un análisis muy personal de una serie de fotografías que le interesan especialmente. Visto el cariz que tomaban las primeras páginas, es de agradecer que renuncie a un tratamiento sistematizador, pues sólo Alá sabe dónde podríamos haber llegado. Cuando declara su intención de centrarse en ciertas imágenes, la esperanza se troca en expectativa: de un Grande del análisis semiológico haciendo crítica se puede aprender mucho. ¡Vengan acá esas imágenes!
Barthes trata de determinar la causa de que unas determinadas fotos lleguen a impresionarle. Detecta dos grandes ‘temas’, conceptos que nombra con palabras latinas: el studium, la parte “informativa” de la foto, que puede ser correcto e interesante, pero que no lleva a imágenes memorables, no provoca una respuesta emocional. Tiene que aparecer un detalle, el punctum, la punzada, que dispare una reacción más intensa, que llegue a herir el alma del espectador. A diferencia de la mera exposición que supone el studium, el punctum trasciende el encuadre y hace pensar en lo que queda fuera; es por ejemplo lo que distingue lo erótico de lo pornográfico, sugiere más que enseña.
Como habrán adivinado, buena parte del libro se dedica a analizar una serie de fotografías, retratos las más, buscando el punctum que las destaca del resto. Para mi desilusión, se trata de algo muy subjetivo, y así lo reconoce el autor: la experiencia vital, la memoria y los conocimientos del espectador serán lo que traduzca de una manera una imagen, o una pequeña parte de ella, que al resto nos deje fríos y que muy a menudo no ha sido mostrada a propósito por el fotógrafo. No hay piedra filosofal, la discusión no puede condensarse en una serie de recetas por ejemplo para crear imágenes más impactantes, pero sí enseña una forma de mirar. Probablemente sea lo más útil de La cámara lúcida.
Es especialmente hermoso el análisis que hace de una foto de su madre, fallecida poco antes de escribir este libro, de las razones que le llevan a elegirla, y de todo lo que era capaz de leer en ella. Por el espacio que le dedica, y la emoción que pone en sus palabras, queda claro que La cámara lúcida tiene mucho de elegía.
El resto del libro, en realidad bastante breve, se pierde en disquisiciones sobre la Fotografía y la Muerte –como detención del Tiempo, bloquea los recuerdos pero ella misma es fugaz–. No acabo de compartirlo. Pero retoma el análisis anterior con un segundo “punctum” de significado temporal: toda foto es un signo de la muerte futura de quien aparece retratado en ella. Acaba rindiéndose: declara que no puede profundizar en la Fotografía, tan sólo quedarse con su significado profundo (‘noema’): esto ha sido. Algo que no comparto, pues deja fuera gran cantidad de géneros, que poco tienen que ver con la realidad.
Tras muchas disquisiciones, termina con unas palabras sabias: la Fotografía, tan cercana a la Locura y a la Muerte, puede ser domesticada de dos formas: Una, convirtiéndola en Arte, domesticándola: ya no representa ‘lo que ha sido’, se diferencia muy poco de la pintura. La otra, trivializándola en grado sumo, transformando todo en imágenes que lo inundan todo, lo típico de las sociedades occidentales. Aunque creo ver a dónde se dirige, no me gusta ni el tono elitista de esta última forma, ni el intento de restringirla de la primera; en todo caso, bienvenidas sean las discusiones, quizá nos lleven a plantearnos por qué hacemos muchas cosas.
Vale la pena emplear de vez en cuando unas horas en leer obras que, aunque vengan de campos un tanto abstrusos (mucho más en la forma que en el fondo), son en realidad largas reflexiones cuya influencia al valorar una obra de arte ayuda a formar una capacidad crítica muy necesaria ante la presión de que nos traguemos toda la bazofia que produce la industria cultural.
Un apunte sobre la edición: la calidad de las reproducciones es tan mala, que muchos de los detalles mencionados por Barthes no se distinguen. Una pena, pues es una buena selección: Mapplethorpe, William Klein, y, sobre todo, André Kertész.
9 de junio de 2008
W. Eugene Smith
Centro de Arte Fernán Gómez (antes conocido como Centro Cultural de la Villa, ay).
Del 3 de junio al 27 de julio de 2008.
Llega el mes de junio, y con él una nueva edición de Photoespaña, decenas de exposiciones de fotografía repartidas por todo Madrid, unas seguro que buenas, otras quizá no tanto. Como son más las ganas que el tiempo disponible, comienzo con los valores seguros.
Eugene Smith (1918-1978) fue uno de los grandes clásicos del periodo del fotorreportaje, que de manos de las revistas ilustradas tuvo su apogeo en las décadas de los 1930, 40 y 50. Siempre defendió que el trabajo del fotógrafo iba más allá de producir imágenes bonitas para acompañar a un texto: las propias imágenes podían ser el centro de la historia, podían describir la verdad. Casi nada. Se propuso demostrarlo con su trabajo, realizando una serie de reportajes para la revista Life en los que demostraba una implicación, una empatía con las personas objeto de estudio, que, junto al dominio técnico le hicieron justamente famoso.
La exposición muestra alguno de esos trabajos. Comienza con uno que nos cae muy cerca, “Spanish Village”, reportaje realizado en 1950 en un pueblo de Extremadura (Deleitosa, difícil nombre para aquella época). Además del atraso y de las actividades campesinas tradicionales, vemos en toda su crudeza la miseria, el envilecimiento de la posguerra: todo está roto y viejo, todos, salvo los niños, miran al suelo con tristeza. Según parece, los de Life trataron de darle un enfoque más turístico-pintoresco, pero el material de Eugene Smith era demasiado bueno y soportó la andanada.
Le siguen dos reportajes sobre el ámbito rural norteamericano: Country Doctor y Nurse Midwife, este último sobre las tribulaciones de una comadrona, único personal sanitario para una comarca de 10.000 personas en Carolina del Sur. Es evidente el compromiso con la que el fotógrafo encara el trabajo, además de un dominio técnico admirable: utiliza todos los recursos del medio para hacernos llegar su mensaje; convierte en héroes a sus retratados. Otro de los reportajes, A Man of Mercy, sobre un misionero en África, logra un difícil equilibrio entre la personalidad del doctor Schweitzer, orgulloso y distante, y sus logros humanitarios. Fue el que provocó su ruptura con Life, al ignorar la revista las instrucciones del fotógrafo.
Posteriormente, Eugene Smith se propuso una meta decididamente imposible, un ensayo fotográfico que reflejara todos los aspectos de la ciudad de Pittsburgh, al que dedicó varios años, y que le puso al borde de la ruina mental y económica. No logró su objetivo, pues produjo una obra impublicable por la amplitud del material mucho antes de que el autor la diera por terminada, pero lo que ha dejado es de calidad excepcional: fábricas y trenes, obreros manipulando el acero en el alto horno y niños jugando en un cruce, todo es parte de la ciudad, y debe ser descrito. La exposición dedica una sala entera a este proyecto, que es lo que más me ha impresionado.
Finalmente, también se muestran fotografías de su activismo medioambiental mucho antes de que estuviera de moda: en 1971, Minamata, una industria química en Japón estaba envenenando a los pescadores de la bahía. Tremendo el contraste entre el sufrimiento de los afectados y la frialdad de los funcionarios y ejecutivos de la fábrica. La aproximación de Eugene Smith, muy sincera, no aspira a documentar una “realidad objetiva” imposible de definir, sino que captura lo que él percibe, algo muy honesto consigo mismo y con los destinatarios de las fotos: nosotros.
Una exposición muy completa (cada uno de los reportajes citados se muestra con decenas de fotos), aunque algo agotadora, de uno de los grandes. Vayan a verla, se lo recomiendo.
4 de junio de 2008
Deseo
Ejercicio práctico propuesto por la profesora de fotografía: reflejar el deseo, tomando como sujeto una persona del mismo sexo que el fotógrafo. Casi nada.
Se supone que las dificultades agudizan el ingenio.